Herminia Alayón. El Toscal, 2003 |
Nací
el día uno de junio de 1918, y el día primero no me apuntaron sino al otro día,
y al otro día me tocaba Pánfila, y ese es el nombre que tenía en el
ayuntamiento y después me bautizaron Herminia, me bautizaron allarriba en La
Fuente, mira tú si hay años. Y el apellido también se equivocaron en el
ayuntamiento, porque mis hermanos son todos Alayón Valentín y la que soy Pérez
soy yo. Y razón tiene Herminia, han
sido muchos años batallando en una vida que ha transitado por numerosos
vericuetos, porque no había sino penas y trabajos.
Herminia
nació en el Valle de San Lorenzo, en Las Casas de Abajo, bautizaba en los
últimos años en que la Ermita de San Lorenzo Mártir se mantuvo en La Fuente,
antes de su traslado, en 1923, a su emplazamiento actual. Y a la que hay que
seguir tratando en presente, por más que su fallecimiento haya acontecido en
2008.
Desde
su infancia se dedicó al trabajo y en la ayuda al sustento de su casa. Su
primer trabajo fue en el cultivo de tomates en Las Madrigueras, con Antonio
Domínguez, que estaba una hermana mía casada y trabajaba el marido. Dice:
vamos que ellos están buscando una muchacha. Nací, na más que pa eso,
llevábamos de aquí de los Llanos del Camisón una caja de tomates a la Caldera,
al salón de don Eugenio, porque todavía eran pocos y no podían empaquetarlos.
En
el Valle de San Lorenzo vivió hasta que se casó, en 1941, con el pescador de
Los Cristianos, Pedro Melo Tavío. La riqueza expresiva de Herminia nos sitúa en
las costumbres que se aplicaban en las celebraciones de las bodas, como en la
de sus padres, Juan Alayón y Eugenia Valentín, que no se fueron a vivir juntos
desde esa primera noche. Yo sé que me acuerdo de oírle a mi padre, o a mi
madre, que se casaron y cada uno se fue pa su casa y a los dos o tres días fue.
Dice: pues qué vueltas Juan. Dice: no sabes tú la vuelta que traigo. Digo: no
les daba vergüenza después, eso lo criticaban.
Bodas
austeras; como invitados, los más allegados; como alimentos, lo que se pudiera
conseguir. Ceremonia sencilla, a la que había que trasladarse a piel o a lomos
de animales, hasta que el progreso trajo el camión o alguna guagua. Herminia
anota que fue a más de una de estas celebraciones en camello, las bodas en
camello también fui y otra vez fui andando y dije que no volvía más con los
zapatos, porque estaban esperando un camión y no vino, pero en camello bautizos
y todo. Asimismo estas caravanas de
camellos eran el regocijo de la chiquillería. Me acuerdo que íbamos a
encontrar los camellos cuando nos parecía que ya venían y nos tiraban anises y
pastillas y con aquello teníamos. Y daban sus brindes, en las bodas, las
pastillas, entonces no habían caramelos, era una lata y se brindaban todos, y
en los bailes.
Pedro Melo Tavío |
Con
ese humor que contagia a quien la escucha, recuerda como le respondió a su
nieta cuando le pregunta qué le regalaron en su boda. Digo: un cesto papas.
Y me regalaron un cesto papas y queé más privada que las de ahora con un juego
de sabanas, que no había sino penas y trabajos. Estuve más de dos meses
juntando arroz pa hacer arroz y leche, se hacía garbanzos y se hacía sopa, el
pan era ese día antes, estaba la panadería allí. A su boda fue vestida con un traje gris, me lo
hizo una costurera que yo cosía allí, yo sabía algo de coser, amañada, y me lo
hizo, la llamaban Pilar la Indianita. Colores claros, azul, verde, cada uno
como le gustara. ¿La cola?, la cola la dejábamos pa una blusa, pa otra cosa, un
traje cualquiera. Y con esta
costurera también aprendió a leer y escribir, yo allí aprendí a hacer las
dos letras que sé, y le ayudaba a coser. Pero gracias a dios, a muchos escribí,
a los vecinos cuando la guerra, escribía cartas.
Después
de su boda vivió en Los Cristianos, hasta comienzos de la década de los años
cincuenta, que regresó al Valle de San Lorenzo, a El Toscal. A mi si me
gustaba Los Cristianos, pero en Los Cristianos no se podía vivir si no había
dinero pa todo y el Valle era distinto, de fruta mi familia tenía, si el vecino
cogía papas no te faltaba, y lo que había.
En
estos años Herminia transitó las veredas que comunicaban los barrios de Arona y
Vilaflor. Sobre su cabeza transportaba una cesta de pescado, lo llevaba fresco
y jareado, pero con ciertas preferencias; a mi me gustaba más llevarlo
salado, porque se vendía más y si no se vendía se podía guardar pal otro día,
que en ese tiempo no había neveras. Lo vendía por áhi parriba, porque en ese
tiempo no había que comer y no había nada y parriba había más que aquí, y me
daban papas, me daban cebada y lo que producía la tierra, porque allá abajo no
producía nada. Y después iba cargada, ¡ah dios!, y algunas veces digo, no sirvo
panada, hasta buena estoy, lo que se trabajaba antes.
También
lo vendía en el Valle de San Lorenzo, sobre todo cuando se trasladó a vivir a
comienzos de los años cincuenta, pero cuando estaba más escasa las cosas iba
parriba pa Jama, pa Vilaflor.
Asimismo simultaneaba la venta de pescado con otros trabajos como el de
jornalera en los tomates que se sembraban en Chayofa, en la propiedad de José
Antonio Tavío. En este caso utilizaba el trasporte del personal de esta finca
para trasladarse a Arona y de allí subir a Vilaflor caminando. Iba, cuando
vendía el pescado, iba con él hasta Arona, en el camión de Juan Martín, yo no
me paraba en Arona, que en Arona no me lo pagaban, sino seguía parriba a La
Escalona y después venía cargada de papas y de lo que hubiera de fruta y eso, y
lo dejaba en una venta de Panchín, lo dejaba allí y venía caminando hasta
Chayofa y allí me quedaba trabajando. Y después a la tarde volvía a buscar el
personal y volvía yo con Juan Martín y recogía lo que dejaba arriba. A las diez de la mañana, una vez que había vendido
el pescado, se desplazaba a Chayofa para comenzar la jornada en los tomates.
Herminia
posee una mente despierta, con ocurrencias que levanta la sonrisa con los
ejemplos o con las reflexiones que vierte en cada frase. Como cuando al
preguntarle si para el traslado a la cabeza de una caja de tomates, que podría
rondar los 30 kilos, desde El Camisón a La Caldera, que bien pudiera rondar el
kilómetro, no se disponía de burros, contesta rápidamente: pero había
burras.
Mujer
vivaracha, vitalista a pesar de los duros golpes por los que ha pasado. Mujer
expresiva, que lleva toda su vida en su mirada. Mujer menuda, con su piel
surcada por las infinitas huellas de esas penas y esos trabajos por los que ha
transcurrido su duro caminar, cual memoria del siglo veinte. Y aún así el
brillo de sus ojos se intensifica al comentar, pero fui feliz, hasta aunque
sea con penas y trabajos, fui feliz.
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