El aprovechamiento de la cumbre, del monte, sustentó a buena
parte de la población de Tenerife, y sobre manera palió en parte la gran
miseria que imperaba en el Sur de la Isla. Un pueblo que subsistía entre la
agricultura, la pesca artesanal y la ganadería, y que en años de sequía y malas
cosechas había que recurrir, aún más, a la recogida de leñas, retamas verdes
para alimentar el ganado, al pastoreo o al carboneo.
Y aún más acusada lo era en los momentos que aconteció
una desgracia en Las Cañadas del Teide, con la muerte de cuatro personas en
diciembre de 1925. Época en que las comunicaciones se realizaban por caminos de
herradura y veredas. La carretera que enlazaría La Orotava con Vilaflor no
había llegado aún a este punto, y no lo hizo a Vilaflor hasta la década de
1940.
Este trágico suceso aconteció entre seis u ocho días
antes de que se conociese la noticia el 18 de diciembre de 1925. Y fue al día
siguiente, el 19 de diciembre, cuando en la prensa se informa del
fallecimiento, por emanaciones de
anhídrido
carbónico, de cuatro personas en la
vivienda del guarda del Sanatorio Antituberculoso de Las Cañadas, que se
encontraba en construcción y que creó cierta polémica por partidarios de
ubicarlo en este lugar o en Vilaflor.
Los fallecidos fueron: José Dorta Tacoronte, de 47
años, guarda del edificio del Sanatorio y vecino de Vilaflor. Y tres arrieros
de Benijos, La Orotava, que habían ido en busca de leña o a elaborar carbón.
Florencio Dónis González, de 54 años. Manuel Dónis Pérez, hijo del anterior y
de 27 años. Y José Morales García, de 31 años.
La muerte les sobrevino por la combustión del carbón
que habían encendido para calentarse, en una lata de petróleo, por la falta de
oxigeno al permanecer la estancia cerrada. Pudiendo suceder en los primeros
momentos en que los vecinos de Benijos, de donde partieron unos ocho o nueve
días antes, se trasladaron a Las Cañadas.
La ausencia de José Dorta, de su pueblo de Vilaflor,
no fue extraña ya que era el guarda del Sanatorio y solía pasar bastantes días
sin regresar. Pero fue la mujer de Florencio Dónis la que sospechó que algo no
iba bien ya que su marido y su hijo partieron en busca de leña, o a obtener
carbón, con el propósito de estar unos tres días fuera, para cuyo período de
tiempo disponían de alimentos.
Después de recorren los lugares por los que solían
recoger la leña y no encontrarlos se acercó a la casa del guarda para preguntar
por su paradero y se encontró con los animales en el exterior del recinto y con
la puerta de la vivienda cerrada. Al asomarse por una ventana pudo ver los
cuerpos inmóviles de las cuatro hombres.
Los cuerpos de los naturales de Benijos fueron
encontrados tumbados, como si no se hubiesen percibido del peligro y la muerte
les hubiese sorprendido durmiendo, pero no así el de José Dorta, que se
encontró con los pies en el suelo y el resto sobre la cama, con ademán de haber
intentado levantarse.
Los fallecidos fueron trasladados a La Orotava, sobre
bestias hasta el Camino de Chasna y después en camión hasta el cementerio. Y
allí fueron enterrados, también José Dorta. La conmoción fue enorme, tal como
se describe en la prensa: Desde la salida de Las Cañadas el fúnebre cortejo
fue acompañado por más de un centenar de personas, a las que se unieron, cuando
llegaron al monte, a eso de las ocho de la noche, numerosas mujeres que
llevaban hachones de tea encendidos, dando a la escena un aspecto imponente.
Se les practicó la autopsia confirmando que su muerte fue
por emanaciones del
anhídrido
carbónico que desprendió la combustión del carbón que
encendieron para pasar la noche, y mantener totalmente cerrado el recinto donde
dormían.
Y fue en esos momentos de escasez y penurias cuando
la desgracia se apropia de los más débiles, incluso en el tratamiento de la
noticia por la prensa de la época, escasa y sin resaltar. Preámbulos de la
navidad de 1925, cuando el infortunio cercenó el aliento de cuatro campesinos
que habían tomado el camino por el que agarrarse a la subsistencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario