Teresa Martín con pelota de trapo. 2006 |
Para los juegos infantiles tradicionales se empleaban
los recursos que se tenían a mano, para saltar a la soga, para las pelotas o
muñecas de trapos, se recurría a restos de telas de las que sobraban en la
confección de vestidos. Las palas de las pencas aportaban un sinfín de motivos,
así como la corcha de pino; ambos tan abundantes, el primero en la costa y
medianías, y el segundo en las zonas altas; y que marcaban las singularidades
de los juegos y de los juguetes. Por solo citar algunos ejemplos de los
materiales que se tenían a mano y que esas inquietas manos de la infancia los
asemejaban a lo que veían en sus cercanías, a las labores con las que se
criaron.
Las pelotas de trapo se confeccionaban con tiras de
tela, cosidas fuertemente, como las hacía mi madre, Teresa Martín Melo, y como
se lo explicaba a su nieta, Cuando salíamos al recreo del colegio jugábamos
al paro, jugábamos a la soga, que la hacíamos con trapos, jugábamos al tejo y
eso eran los juguetes. Y las pelotas
las formaban, cosiéndose, porque cuanto más cosido más duras iban quedando,
entonces las ibas cosiendo desde muy pequeñita, haciendo pelotita. Le dabas
muchos cosidos, le ponías más tela, le ibas cosiendo con un hilo fuerte doble y
entonces hasta que las dejabas muy duritas pa que rebotaran algo.
Antonio Carro con trillo y cabra de corcha de pino. 2006 |
De las pencas se extraía la ilusión del juguete
efímero, de las palas de esta planta arraigada en la sequedad se formaban una
larga lista de elementos, todo aquello que fuera utilizado en los quehaceres de
la vida cotidiana, desde animales, carros, cualquier utensilio del trabajo o de
la casa, barcos o esa muñeca que lleva en la mano Encarnación García Toledo,
una entrañable vieja que nos ha dejado recientemente y que ha sido un claro
ejemplo de la sabiduría que entraña la humildad. Esta vecina de Buzanada, en
Arona, narra sus juegos infantiles, acompañada de su amiga María de la Cruz
Reverón Oramas, en las cuevas de El Roquito, donde después se construyó la
Parroquia de Ntra. Sra. de la Paz. Donde está la Iglesia tenía un bujerito
virado parriba, en un morrito allí más altito y virado pabajo había un morro
más alto, y allí díamos, aquí no quedaba sino María la Cruz y yo, y cuando
venían de los campos estaba María del Carmen, de muchachas yo y María la Cruz.
Todas las noches cuando mi madre encendiera el fuego pa jacer de comer, si
tenía nos daba una papa, una rueda carne, un poco calabaza si había, que ello
nos había tampoco, pa jacer como un calderito pa cuando bautizáramos a la
muñeca comer. Aquí hacíamos la comida, pero en el Roquito había un bujero y
allí nosotras mismas echábamos aquel sermón que era la iglesia, y mira tú ser
cierto la Iglesia después allí.
En Tijoco Arriba, en Adeje, las narraciones de
Antonio Carro Vargas, natural de la Vera de Erques, en Guía de Isora, exponen
perfectamente como se desarrollaban los juegos y los juguetes en época de
austeridad. A sus recuerdos afloran esos entrañables juguetes que realizaba con
lo que la naturaleza le ofrecía. De corcha de pino, de penca y de gamona,
del material que había en aquella época, que no era mucho. Prácticamente, no
recuerdo muy bien, pero yo pienso que mi abuelo algo me intuía en hacer esas
cosas y luego ellos tenían sus trillos, tenían el belgo, la pala, las cosas de
la era, nosotros teníamos una era, en fin, nos reuníamos un par de chicos de
cuatro, cinco, seis, siete años, lo que nos daba la imaginación de hacer.
Después cuando crecí un poco más, ya de nueve años, ya me mandaban a cuidar las
cabras.
Encarnación García con muñeca de penca. 2005 |
Y eso eran los juguetes que elaboraba, los quehaceres
con los habitó en su infancia, como en la fotografía en la que se recoge con un
trillo y una cabra. Esas cabras que sacaba a pastar y las labores que aprendió
en la era de su abuelo, Antonio Carro Rivero, situada en La Era, en Vera de
Erques. O aprovechar los días de lluvia para reinventar el aprovechamiento de
lo escaso, el agua. De barro lo más que hacíamos, cuando llovía, era jugar
en los charcos esos y hacer retrancas como el que hace la muralla de la charca,
que la hacíamos de barro y de piedra, cuando llovía, que entonces quedaban los
charcos de agua y nosotros nos poníamos a jugar ahí. Y en esa laguna que se formaba con la labor de esas
pequeñas manos ansiosas por imaginarse cual piratas navegando en un barco que
animaba su imaginación a través del recurso de una pala de penca. Y cogíamos
la penca y le dábamos un corte y esa penca se quedaba abierta la recortábamos y
ya teníamos la barca y le poníamos un palo en el centro pa ancharla un poco más. Uno o dos travesaños para mantenerla abierta y unas
piedritas para hacerla navegable.
Antonio también vivió la evolución de la
sofisticación del juguete, al elaborar con alambres, con esos que conseguía en
los cultivos de los tomates, los camiones que veían en la costa y que intentaba
imitar. Primero hacíamos el chasis y luego la forma de la cabina, con los
alambres y luego de ahí le sacábamos una caña con una verga, el volante en la
parte delante y la parte de atrás era un eje fijo, lo conseguíamos bastante
bien. En suma, soplos de juegos y de
juguetes que renuevan la ilusión de los que los hicieron en su infancia y que
intentan revivir con nuevos vientos a esa infancia que es capaz de aprender y
divertirse cuando se les aporta la información con adecuado criterio.
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