José García Domínguez |
Se suele decir que nuestros viejos han anudado su
vida a la tierra, pero en este caso, el de José García Domínguez, sus vivencias
han enraizado en profundidad. Hay que volver la vista atrás para poder contemplar
el inicio de sus veredas, ya que nació en 1914 en La Vera Arriba, en el Valle
de San Lorenzo, y en cuyo lugar también falleció en febrero de 2010. En este
pago aronero también vivieron sus padres José García Valentín, José de Lera, y Agustina Domínguez Alayón. A José también se le
conoce por José Rubio, incluso
añadiéndosele algunos lugares donde trabajó de medianero, como Rubio de Los
Quemados, en Vilaflor, o Rubio de
Biseche, en Arona.
José García Domínguez nació en unos momentos duros,
donde apenas se transitaba por la infancia, donde ya se curtía al calor y al
frío del trabajo antes de crecer, cuidando cabras, cogiendo hierba, de dos
en dos meses vendría a la escuela, dos cabritas, siempre aquí la gente tenía
dos cabritas. Y atendiendo dos burros
de la familia para que su madre realizara labores como jornalera en la zafra
del tomate. José se inicia en estos cultivos alrededor de los trece años,
primero en el Tagorito, Arona, después en La Caldera, Adeje. En este último
lugar, entre surcos y estacones, conoce a Josefa García Sanabria, con quien se
casa, y comienzan a llegar los chiquillos: María, José, Pilar, Antonio, Lorenzo
y Pedro. Y en medio el servicio militar, que con la Guerra Civil se le alargó
hasta los siete años.
Josefa García Sanabria |
Había que agarrar el sustento allá donde fuera más
propicio. La escasez en la costa en los difíciles años del racionamiento le
llevan a aceptar una medianería en Los Quemados, Vilaflor. Entonces aquí la
cosa estaba mal y parriba se conseguía el granito. Allí arando, yendo pa la
cumbre, una vaquita, ¿se da cuenta?. Yendo al monte a buscar algún saco piña pa
vender, que unos cuantos traje aquí a Lola, cuando amasaba Lola Bello. Y allí en los inicios de los fríos de los Llanos de
Trevejos permaneció hasta mediados de los años cincuenta, cuando toca mudar
trabajo y casa para Biseche.
Pero lo que hace que los ojos brillen, que la voz se
le aclare y que incluso esa pequeña sordera que posee se disipe, es enumerando
aquellos momentos de parrandas y carnavales. Desde niño aprendió, con Antonio
el Ciego, a tocar el timple, el
guitarro malamente. Pero lo suyo era
ir de parranda, íbamos a parrandiar y a cantar y a divertirnos y después al
baile, los domingos a las cuatro de la tarde se iba al baile, a las ocho de la
noche se iba a cenar, a las nueve de la noche se iba al baile, a la hora que se
cerraba, a las doce, a la una, a la casa.
Una vida dura la que ha tenido que cursar este viejo
amigo, pero que no le pierde la cara a la vida. Y la lleva con el buen humor
que aún atesora, sobre todo cuando desgrana algunos comentarios, como el que
relata ante la pregunta de cómo aprendió a bailar: bailando. Y rememora: aprendí a bailar detrás de un
camello, el camello iba cargado, ¿te das cuenta?, de trigo, de gofio, de
estiércol o de lo que iba a buscar, el camello caminando adelante y cuando
había un llanito, bailaba, yo solo.
O cuando salió con su suegra, y su aún novia, desde La Caldera, en Adeje, para
ir a un baile al Tagorito, en Guaza, Arona. Una vez, estaba yo en La
Caldera, era novio de la mujer, mi suegra y las dos o tres hijas que tenía y
dos o tres más. Ahora vamos a un baile a Guaza, al Tagorito. Andando con mi
suegra y la mocedad. Fuimos a Guaza, al Tagorito al baile, de La Caldera, no hicieron baile, de Tagorito a Quemada, tiqui,
tiqui, tiqui, tiqui, llegamos a Quemada, en ese entonces lo hacía Pepe Catire,
que no hay baile, pal Valle, a la una, a cerrar, pa La Caldera, caminando.
Sus
relatos describen numerosas vivencias, como cuando con apenas quince años participó en un Pascual Bailón, bailando
dos horas en el salón que tenía María Pérez Reverón, con venta y salón de baile
en Los Corrales, tenían un ventucho y un
salonito pa bailar y que ellos vivían allí también. En este Pascual, José bailó y
cantó, y añade que estuvo danzando con una chica a la que no le pudo decir
nada, se acabó el Pascual y no pude
romper la palabra.
Pero su ímpetu se vuelca con los carnavales, y los del Valle
de San Lorenzo, eso era una eminencia,
vía usté esas parrandas, me cago en diez, después cogían polvos, tiraban,
después unos precintos, una tiras desas, cintas de papel, las tiraban y se
enrollaban, y vueltas áhi a ese Valle. Esa calle por áhi, pabajo y parriba,
dando vueltas, iba a La Hoya, de la Hoya ya pasaban pal Pinito palante, se
juntaban varias parrandas.
Y no menos eran los que disfrutó en Los Quemados y
esa sardina que sacaban en su camello. Yo tenía un camello, que le ponía una
albarda en vez de la silla dél, una albarda, se le ponía el tajarón se le ponía
el pretal, se le echaba la sardina en el alto, el camello fuchío. A darle
vuelta a esa Escalona con el camello y las parrandas. La sardina de tela y
meterle ropa vieja y hierbas, prepararla en condición, un metro y medio y sus
patas y todo pa poderla amarrar.
Con José Rubio se aprende sobre la agricultura o sobre el cuidado y el manejo de
animales. Con la sencillez que le ha enseñado el caminar por la vida, tanto
narra como sembraba el cereal o las papas, que explica el truco para obtener
una buena sandia. Tanto relata sus avatares en la cumbre cogiendo retama para
las vacas como las diversas cargas que trasportaba en los camellos. O el
cuidado de una manada de cabras en Chayofa o la brega con camellos por muchas
de las veredas del Sur. Son momentos en los que había que trabajar hasta que
se pusiera el sol, el sol puesto.
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