jueves, 2 de enero de 2014

Entre faenas, con José García Domínguez, José Rubio

José García Domínguez

Se suele decir que nuestros viejos han anudado su vida a la tierra, pero en este caso, el de José García Domínguez, sus vivencias han enraizado en profundidad. Hay que volver la vista atrás para poder contemplar el inicio de sus veredas, ya que nació en 1914 en La Vera Arriba, en el Valle de San Lorenzo, y en cuyo lugar también falleció en febrero de 2010. En este pago aronero también vivieron sus padres José García Valentín, José de Lera, y Agustina Domínguez Alayón. A José también se le conoce por José Rubio, incluso añadiéndosele algunos lugares donde trabajó de medianero, como Rubio de Los Quemados, en Vilaflor, o Rubio de Biseche, en Arona.
José García Domínguez nació en unos momentos duros, donde apenas se transitaba por la infancia, donde ya se curtía al calor y al frío del trabajo antes de crecer, cuidando cabras, cogiendo hierba, de dos en dos meses vendría a la escuela, dos cabritas, siempre aquí la gente tenía dos cabritas. Y atendiendo dos burros de la familia para que su madre realizara labores como jornalera en la zafra del tomate. José se inicia en estos cultivos alrededor de los trece años, primero en el Tagorito, Arona, después en La Caldera, Adeje. En este último lugar, entre surcos y estacones, conoce a Josefa García Sanabria, con quien se casa, y comienzan a llegar los chiquillos: María, José, Pilar, Antonio, Lorenzo y Pedro. Y en medio el servicio militar, que con la Guerra Civil se le alargó hasta los siete años.

Josefa García Sanabria
Había que agarrar el sustento allá donde fuera más propicio. La escasez en la costa en los difíciles años del racionamiento le llevan a aceptar una medianería en Los Quemados, Vilaflor. Entonces aquí la cosa estaba mal y parriba se conseguía el granito. Allí arando, yendo pa la cumbre, una vaquita, ¿se da cuenta?. Yendo al monte a buscar algún saco piña pa vender, que unos cuantos traje aquí a Lola, cuando amasaba Lola Bello. Y allí en los inicios de los fríos de los Llanos de Trevejos permaneció hasta mediados de los años cincuenta, cuando toca mudar trabajo y casa para Biseche.
Pero lo que hace que los ojos brillen, que la voz se le aclare y que incluso esa pequeña sordera que posee se disipe, es enumerando aquellos momentos de parrandas y carnavales. Desde niño aprendió, con Antonio el Ciego, a tocar el timple, el guitarro malamente. Pero lo suyo era ir de parranda, íbamos a parrandiar y a cantar y a divertirnos y después al baile, los domingos a las cuatro de la tarde se iba al baile, a las ocho de la noche se iba a cenar, a las nueve de la noche se iba al baile, a la hora que se cerraba, a las doce, a la una, a la casa.
Una vida dura la que ha tenido que cursar este viejo amigo, pero que no le pierde la cara a la vida. Y la lleva con el buen humor que aún atesora, sobre todo cuando desgrana algunos comentarios, como el que relata ante la pregunta de cómo aprendió a bailar: bailando. Y rememora: aprendí a bailar detrás de un camello, el camello iba cargado, ¿te das cuenta?, de trigo, de gofio, de estiércol o de lo que iba a buscar, el camello caminando adelante y cuando había un llanito, bailaba, yo solo. O cuando salió con su suegra, y su aún novia, desde La Caldera, en Adeje, para ir a un baile al Tagorito, en Guaza, Arona. Una vez, estaba yo en La Caldera, era novio de la mujer, mi suegra y las dos o tres hijas que tenía y dos o tres más. Ahora vamos a un baile a Guaza, al Tagorito. Andando con mi suegra y la mocedad. Fuimos a Guaza, al Tagorito al baile, de La Caldera, no hicieron baile, de Tagorito a Quemada, tiqui, tiqui, tiqui, tiqui, llegamos a Quemada, en ese entonces lo hacía Pepe Catire, que no hay baile, pal Valle, a la una, a cerrar, pa La Caldera, caminando.
Sus relatos describen numerosas vivencias, como cuando con apenas quince años participó en un Pascual Bailón, bailando dos horas en el salón que tenía María Pérez Reverón, con venta y salón de baile en Los Corrales, tenían un ventucho y un salonito pa bailar y que ellos vivían allí también. En este Pascual, José bailó y cantó, y añade que estuvo danzando con una chica a la que no le pudo decir nada, se acabó el Pascual y no pude romper la palabra.
Pero su ímpetu se vuelca con los carnavales, y los del Valle de San Lorenzo, eso era una eminencia, vía usté esas parrandas, me cago en diez, después cogían polvos, tiraban, después unos precintos, una tiras desas, cintas de papel, las tiraban y se enrollaban, y vueltas áhi a ese Valle. Esa calle por áhi, pabajo y parriba, dando vueltas, iba a La Hoya, de la Hoya ya pasaban pal Pinito palante, se juntaban varias parrandas.
Y no menos eran los que disfrutó en Los Quemados y esa sardina que sacaban en su camello. Yo tenía un camello, que le ponía una albarda en vez de la silla dél, una albarda, se le ponía el tajarón se le ponía el pretal, se le echaba la sardina en el alto, el camello fuchío. A darle vuelta a esa Escalona con el camello y las parrandas. La sardina de tela y meterle ropa vieja y hierbas, prepararla en condición, un metro y medio y sus patas y todo pa poderla amarrar.
Con José Rubio se aprende sobre la agricultura o sobre el cuidado y el manejo de animales. Con la sencillez que le ha enseñado el caminar por la vida, tanto narra como sembraba el cereal o las papas, que explica el truco para obtener una buena sandia. Tanto relata sus avatares en la cumbre cogiendo retama para las vacas como las diversas cargas que trasportaba en los camellos. O el cuidado de una manada de cabras en Chayofa o la brega con camellos por muchas de las veredas del Sur. Son momentos en los que había que trabajar hasta que se pusiera el sol, el sol puesto.


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