sábado, 5 de abril de 2014

El descubrimiento del Conjunto Ceremonial de Guargacho. San Miguel de Abona

  Luis Diego Cuscoy, al centro, y Salvador González, a la derecha, en el Conjunto Ceremonial

 

A comienzos de marzo de 1972, y a raíz de unos movimientos de tierra durante la construcción de unos tomaderos de agua de escorrentías, con destino a las charcas de El Monte, en San Miguel de Abona, el cabrero Salvador González Alayón encontró una serie de objetos arqueológicos. Después de esta fecha continuó meditando sobre su importancia e interés, hasta que la mañana del cinco de abril se decidió a escarbar. Entonces se encontró con restos de cerámicas, huesos, obsidiana y conchas de lapas. Comprendió el valor que ello conllevaba, y manteniendo el respeto debido al yacimiento, informó rápidamente a un hijo de los propietarios del terreno, Carlos Hernández Calzadilla.
Salvador González Alayón, que falleció el 31 de marzo de 2012, cuidaba su manada entre El Monte, San Miguel de Abona, y Los Bebederos, Arona. Fue un gran conocedor de la zona, la que transitó palmo a palmo, al que ha recurrido con enorme frecuencia para elaborar numerosos trabajos de investigación basados en su experiencia, en sus relatos, sobre la forma de vida, las costumbres o sus vivencias en el lugar.
Como relata Salvador: donde escarbaron ellos sacaron trozos de olla así y digo,¡ay! esto, y entonces cogí yo un trocito de cerámica, un trocito de hueso y una obsidiana, pa mi que aquello ni era techo de choza, ni piso tampoco, allí había otro misterio.
Ese año no había llovido y había un viento frío de áhi y las cabras entrando por allí, por aquella hoya y yo me senté allí detrás de un beril de aquellos de tosca y traté de irme pa la carretera. Ahora me voy pa la carretera que áhi están mis cabras muertas de hambre donde mis antepasados las encerraban, hartas de repente de buenas hierbas. Había una casa de ratones, allí, desde el año treinta y uno que yo fui allá. Digo deja ver si todavía viven los ratones, y entonces fi y digo entodavía hay rastro de ratones, pero que entonces me doy cuenta que en la entrada me veo un trozo de obsidiana como así, brillando, lo cogí y digo pues esto, y entonces pues me voy fijando, en el suelo trozos de olla y después miro al llanito aquel, nada de escarbar, a simple vista vías tú, trozos de obsidiana en todo aquel llano y trozo de olla. Allí habían arreglado un tomadero para coger el agua del llano pacharle pa las charcas y ese año antes y donde escarbaron ellos sacaron trozos de olla así y digo, ¡ah!, y esto, y entonces cogí yo un trocito de cerámica, un trocito de hueso y una obsidiana la que cogí de la puerta de los ratones y entonces había uno de allá de La Gomera que estaba allí trabajando en las platanera, y eso todas las tardes, el tenía dos cabritas, cogía la hierba donde estaba regando y cuando merendaba, a dar conmigo, donde estuviera y ese día venía de allá, por allí paca. Digo corra amigo Costante, corra que ya descubrí donde hay dinero. Usted esta loco, mire usted dinero, digo, sí aquí tengo las señas en la mano, entonces luego. Y dice, y eso son señas de dinero. Digo si, donde quiera que está escondido el dinero, que esto no es de lo de hoy que esto es cuando la plata valía (...)
  De: “El Conjunto Ceremonial  de Guargacho”
Yo ya había visto la piedra de sacrificio, un trozo de laja al descubierto, no se el año que fue y me extrañó aquello y nada pues que cuando veníamos pacá y hablando, mie usted lo que usted dice que es dinero. Pero cuando iba caminando así con él, el iba por ese lado y yo por este y cuando voy a cambiar el pie este pues diva mirando pal suelo me veo como bajo la tierra como una sombrita oscura y me agacho y hago así y veo que era una laja, una piedra. Y entonces digo, mire amigo Costante donde está el dinero, pues hago así tal, y veo que eran dos piedras. Y entonces dice, ¡ay, ay, ay!, que señor Salvador que tenía idea de llevarlo pa La Gomera pero yo no lo llevo porque si allá pega a encontrar piedras no me camina, que allí hay piedras también. Digo, no pero esto es distinto, pero esto aquí es donde está la botija debajo de estas lajas, pero yo la broma y entonces ya no le dije más nada.
Y entonces cuando nos marchamos miré al rabo de ojo pa las lajas, contemplé las piedras, lo que había descubierto, que no se descubrió sino tanto así lo que quiera que era. Pero pamí, aquello ni era techo de choza, ni piso tampoco, allí había otro misterio. Mire usted el tiempo que yo llevaba allí y no me daba cuenta y me veo en lo alto de una lomita las paredes, en sitios eran tan altas así, en otros habían quitado piedras por abajo, donde era un corral hexagonal y cuando iba cruzando la pared me veo arrimada a la pared un trozo de cerámica así, casi la mitad de la olla y no dije nada.
Y ahí pa dentro, allí solía haber un hoyo, allí donde terminaba el llano y había unos cardones, que el agua se conservaba mucho tiempo allí y me ocurre ir a mirar allí, alrededor y entonces aquello no eran sino trozos de cerámica, conchas de lapas, obsidiana. Y digo, mire, mire amigo Costante, él se sentó y yo me puse allí encurquillado sobre las lajas, pegué a descubrirlas y eran unas lajas que en la parte arriba unían y estaban así, y entonces aquí en medio de las lajas como una piedra dentro. Pego a escarbar y lo que sacaba era tierra, tierra cribada, finita, que aquello fue cogido con barro y escarbaba más al fondo, más fina la tierra.
En sitios no asomaban las piedras sino esto, y en otros más, pero se contaba, una, dos, tres, cuatro y cinco, y una que no se veía. Después veo más arriba y conté una, dos y tres y después otra asomando no más que las puntillas, pero eso estaba ya ves en terreno parejo y después cerca de mi, otras cuatro piedras que asomaban, allí asomaban algo más. Pero yo ya, pues, contemplaba que aquello, todas aquellas piedras estaban colocadas por las manos del hombre que por asuntos volcánicos no podían ser aquellas lajas y aquellas piedras, pero nos marchamos parriba. Y entonces, el día cinco de abril me fui con las cabras por la mañana y las viré pa este lado. Resulta que escarbé por fuera del exágono y no era sino calcinación negra y huesos y conchas de lapas, obsidiana y ya dejé aquello allí, y llamé de allí a doña Ofelia. Y digo, dile a Carmen que llame a Bebederos.
Este descubrimiento, que con tanta profusión de detalles relata Salvador, y su posterior análisis y estudio tuvo una gran repercusión, por los datos suministrados para una mejor compresión de cómo fue la civilización prehispánica. Luis Diego Cuscoy realizó un importante estudio sobre este yacimiento, publicando, en 1979, sus conclusiones en: “El Conjunto Ceremonial de Guargacho (Arqueología y religión)”, en donde apunta que aportó  “importantes elementos definitorios para que sea contemplado como un documento singular referente a las prácticas rituales guanches. En este caso concreto la arqueología ha suministrado una interesante información y ha permitido deducir aspectos no conocidos del ceremonial y de los ritos aborígenes”. Añadir que Luis Diego Cuscoy conocía muy bien esta parte del Sur; además de sus visitas arqueológicas y etnográficas, por su estancia como maestro en la Escuela Nacional Mixta de Cabo Blanco (Arona), desde septiembre de 1940 a enero de 1942.

Documentación:
BRITO, Marcos: Salvador González Alayón.Un cabrero para la leyenda. Llanoazur ediciones 

 

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