Luis Diego Cuscoy, al centro, y Salvador González, a la derecha, en el Conjunto Ceremonial |
A comienzos de marzo de
1972, y a raíz de unos movimientos de tierra durante la construcción de unos
tomaderos de agua de escorrentías, con destino a las charcas de El Monte, en San
Miguel de Abona, el cabrero Salvador González Alayón encontró una serie de
objetos arqueológicos. Después de esta fecha continuó meditando sobre su
importancia e interés, hasta que la mañana del cinco de abril se decidió a
escarbar. Entonces se encontró con restos de cerámicas, huesos, obsidiana y
conchas de lapas. Comprendió el valor que ello conllevaba, y manteniendo el
respeto debido al yacimiento, informó rápidamente a un hijo de los propietarios
del terreno, Carlos Hernández Calzadilla.
Salvador González Alayón,
que falleció el 31 de marzo de 2012, cuidaba su manada entre El Monte, San
Miguel de Abona, y Los Bebederos, Arona. Fue un gran conocedor de la zona, la
que transitó palmo a palmo, al que ha recurrido con enorme frecuencia para
elaborar numerosos trabajos de investigación basados en su experiencia, en sus
relatos, sobre la forma de vida, las costumbres o sus vivencias en el lugar.
Como relata Salvador: donde
escarbaron ellos sacaron trozos de olla así y digo,¡ay! esto, y entonces cogí
yo un trocito de cerámica, un trocito de hueso y una obsidiana, pa mi que
aquello ni era techo de choza, ni piso tampoco, allí había otro misterio.
Ese año no había llovido
y había un viento frío de áhi y las cabras entrando por allí, por aquella hoya
y yo me senté allí detrás de un beril de aquellos de tosca y traté de irme pa
la carretera. Ahora me voy pa la carretera que áhi están mis cabras muertas de
hambre donde mis antepasados las encerraban, hartas de repente de buenas
hierbas. Había una casa de ratones, allí, desde el año treinta y uno que yo fui
allá. Digo deja ver si todavía viven los ratones, y entonces fi y digo
entodavía hay rastro de ratones, pero que entonces me doy cuenta que en la
entrada me veo un trozo de obsidiana como así, brillando, lo cogí y digo pues
esto, y entonces pues me voy fijando, en el suelo trozos de olla y después miro
al llanito aquel, nada de escarbar, a simple vista vías tú, trozos de obsidiana
en todo aquel llano y trozo de olla. Allí habían arreglado un tomadero para
coger el agua del llano pacharle pa las charcas y ese año antes y donde
escarbaron ellos sacaron trozos de olla así y digo, ¡ah!, y esto, y entonces
cogí yo un trocito de cerámica, un trocito de hueso y una obsidiana la que cogí
de la puerta de los ratones y entonces había uno de allá de La Gomera que
estaba allí trabajando en las platanera, y eso todas las tardes, el tenía dos
cabritas, cogía la hierba donde estaba regando y cuando merendaba, a dar
conmigo, donde estuviera y ese día venía de allá, por allí paca. Digo corra
amigo Costante, corra que ya descubrí donde hay dinero. Usted esta loco, mire
usted dinero, digo, sí aquí tengo las señas en la mano, entonces luego. Y dice,
y eso son señas de dinero. Digo si, donde quiera que está escondido el dinero,
que esto no es de lo de hoy que esto es cuando la plata valía (...)
De: “El Conjunto Ceremonial de Guargacho” |
Yo ya había visto la
piedra de sacrificio, un trozo de laja al descubierto, no se el año que fue y
me extrañó aquello y nada pues que cuando veníamos pacá y hablando, mie usted
lo que usted dice que es dinero. Pero cuando iba caminando así con él, el iba
por ese lado y yo por este y cuando voy a cambiar el pie este pues diva mirando
pal suelo me veo como bajo la tierra como una sombrita oscura y me agacho y
hago así y veo que era una laja, una piedra. Y entonces digo, mire amigo
Costante donde está el dinero, pues hago así tal, y veo que eran dos piedras. Y
entonces dice, ¡ay, ay, ay!, que señor Salvador que tenía idea de llevarlo pa
La Gomera pero yo no lo llevo porque si allá pega a encontrar piedras no me
camina, que allí hay piedras también. Digo, no pero esto es distinto, pero esto
aquí es donde está la botija debajo de estas lajas, pero yo la broma y entonces
ya no le dije más nada.
Y
entonces cuando nos marchamos miré al rabo de ojo pa las lajas, contemplé las
piedras, lo que había descubierto, que no se descubrió sino tanto así lo que
quiera que era. Pero pamí, aquello ni era techo de choza, ni piso tampoco, allí
había otro misterio. Mire usted el tiempo que yo llevaba allí y no me daba cuenta
y me veo en lo alto de una lomita las paredes, en sitios eran tan altas así, en
otros habían quitado piedras por abajo, donde era un corral hexagonal y cuando
iba cruzando la pared me veo arrimada a la pared un trozo de cerámica así, casi
la mitad de la olla y no dije nada.
Y
ahí pa dentro, allí solía haber un hoyo, allí donde terminaba el llano y había
unos cardones, que el agua se conservaba mucho tiempo allí y me ocurre ir a
mirar allí, alrededor y entonces aquello no eran sino trozos de cerámica, conchas
de lapas, obsidiana. Y digo, mire, mire amigo Costante, él se sentó y yo me
puse allí encurquillado sobre las lajas, pegué a descubrirlas y eran unas lajas
que en la parte arriba unían y estaban así, y entonces aquí en medio de las
lajas como una piedra dentro. Pego a escarbar y lo que sacaba era tierra,
tierra cribada, finita, que aquello fue cogido con barro y escarbaba más al
fondo, más fina la tierra.
En sitios no asomaban
las piedras sino esto, y en otros más, pero se contaba, una, dos, tres, cuatro
y cinco, y una que no se veía. Después veo más arriba y conté una, dos y tres y
después otra asomando no más que las puntillas, pero eso estaba ya ves en
terreno parejo y después cerca de mi, otras cuatro piedras que asomaban, allí
asomaban algo más. Pero yo ya, pues, contemplaba que aquello, todas aquellas
piedras estaban colocadas por las manos del hombre que por asuntos volcánicos
no podían ser aquellas lajas y aquellas piedras, pero nos marchamos parriba. Y entonces, el día
cinco de abril me fui con las cabras por la mañana y las viré pa este lado.
Resulta que escarbé por fuera del exágono y no era sino calcinación negra y
huesos y conchas de lapas, obsidiana y ya dejé aquello allí, y llamé de allí a
doña Ofelia. Y digo, dile a Carmen que llame a Bebederos.
Este descubrimiento, que
con tanta profusión de detalles relata Salvador, y su posterior análisis y
estudio tuvo una gran repercusión, por los datos suministrados para una mejor
compresión de cómo fue la civilización prehispánica. Luis Diego Cuscoy realizó
un importante estudio sobre este yacimiento, publicando, en 1979, sus
conclusiones en: “El Conjunto Ceremonial de Guargacho (Arqueología y
religión)”, en donde apunta que aportó
“importantes elementos definitorios para que sea contemplado como un documento
singular referente a las prácticas rituales guanches. En este caso concreto la
arqueología ha suministrado una interesante información y ha permitido deducir
aspectos no conocidos del ceremonial y de los ritos aborígenes”. Añadir que
Luis Diego Cuscoy conocía muy bien esta parte del Sur; además de sus visitas
arqueológicas y etnográficas, por su estancia como maestro en la Escuela
Nacional Mixta de Cabo Blanco (Arona), desde septiembre de 1940 a enero de
1942.
Documentación:
BRITO, Marcos: Salvador González Alayón.Un cabrero para la
leyenda. Llanoazur ediciones
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