Domingo Pérez en la entrada de la cueva |
El 19 de junio de 1933, otras fuentes apuntan el 21,
fue descubierta la Cueva de Uchova, o de Ochoa, situada en el Barranco de La
Tafetana, al norte de San Miguel de Abona, por Domingo Pérez González, quien en
sus declaraciones narró esos primeros momentos de sobrecogimiento, que después
de esa inicial impresión y de contemplar algunas momias con la luz de unas
cerillas, se marchó en busca de un aparato de carburo, recorriéndola en su totalidad.
En sus primeras declaraciones refiere que se encontró en diversos puntos
agrupaciones de dos o más esqueletos y que en un recodo de la cueva llegó a
contemplar hasta doce.
En un estudio realizado por Luis Diego Cuscoy, se
anotan algunos datos sobre el Barranco de La Tafetana. Es una zona donde
abundan las cuevas, con disponibilidades de agua y abundantes pastos, pero en
las cuales no se han encontrado vestigios de vida humana, ni tan siquiera
temporal; por lo que apunta que esta necrópolis podía pertenecer a una
población trashumante y pastoril.
La Cueva de Uchova tiene su entrada orientada al
noroeste y está compuesta de diversas estancias diferenciadas, llegando a los
casi sesenta metros de longitud. Con una entrada angosta, que se amplió en el año
de su descubrimiento, en de galería tubular de unos 16 metros de longitud y
entre dos y tres de ancho por uno y medio de alto; una bóveda de algo más de
veinte metros de largo, 16 de ancho y entre 2 y 5 metros de alto, y donde se
encontraron la mayoría los restos humanos; un tubo de similares características
a la entrada, de unos ocho metros de longitud que da a otra bóveda, de algo más
de 10 metros de largo, por 3,50 de ancho y más de dos metros de alto, donde se
encontraron otro grupo de esqueletos. Los cadáveres estaban colocados en el
contorno de las dos cámaras de la cueva, sobre troncos apoyados en piedras; en
el suelo sobre lajas; en repisas naturales protegidos por piedras en su borde;
y en su mayoría superpuestos y sin una orientación predominante. Asimismo se
encontraron múltiples cuentas de collar, algún resto de vasija de barro,
hachones de tea o un fragmento de un cuenco de madera que hace pensar que el
grupo que la utilizó tenía dedicación pastoril.
Plano de la Cueva de Uchova |
Desde que se conoció el descubrimiento transcurrieron
varios días antes de que se custodiase su entrada. Se calcula que fueron varios
miles de personas de todos los pueblos vecinos los que pasaron por el barranco
de La Tafetana para contemplar, tocar, mover de sitio y al mismo tiempo
llevarse más que algún “recuerdo”.
De los pocos datos que se pudo obtener en esos
primeros días de confusión es un informe de capitán de la Guardia Civil,
Santiago Cuadrado. En el que se anota que la mayoría de los esqueletos,
cincuenta y cinco, estaban colocados en cubito supino, y que por configuración
de los cráneos debían pertenecer, en su mayoría, a mujeres. Uno de los
esqueletos, que pertenecía a un hombre de un metro setenta y cinco, tenía
adherido una piel cosida y conservaba parte de la piel en un pie, con sus uñas
correspondientes. No encontrándose ningún enterramiento.
En la mayoría de las informaciones de prensa se habla
de momias, sin hallarse ninguna entera. Se estima que solamente eran cinco o
seis los cadáveres que presentaban muestras de momificación. Desde las primeras
informaciones se constata la destrucción casi total del descubrimiento. En la
primera estancia se encontraron huecos abiertos en la roca, a manera de nichos,
del tamaño de los restos. En otros lugares construyeron una cavidad plana,
con piedras en forma de pared y sujetas por un trozo de madera de sabina
quedando así formando una superficie plana, sobre la que colocaban una piel
curtida, y sobre la piel tendían las momias en las cuatro direcciones. A
derecha e izquierda y en el fondo, aparecen esqueletos, destrozados ya, de
todos los tamaños. El espectáculo es verdaderamente desagradable, no ya por lo
macabro, sino por la profanación cometida por gentes sin conciencia, y que han
dejado a su paso por aquel sagrado recinto las huellas de su incultura, de su
apatía, de su barbarie.
Ante lo que se ofrece a nuestra presencia,
sentimos el dolor del incalificable atentado. Aquellas momias, ya no son tales,
ni esqueletos siquiera, sino un montón informe de huesos humanos, cuya
reconstrucción se haría poco menos que imposible. Nos dio la sensación de esos
lugares que existen en todos los cementerios para arrojar los restos olvidados,
y quemarlos después. Cráneos a los que les falta la mandíbula inferior; casi
todos están en esta situación; otros a los que se les ha arrancado la
dentadura, que ruedan por el suelo, o entre las piedras junto con los fémures,
tibias y demás piezas del armazón ósea. Las pieles curtidas, sobre las que
descansaban las momias, han sido robadas. Hemos visto solamente una, y para eso
ya destrozada, deshecha.
En el fondo de la cueva había varias momias, entre
ellas una, al parecer de una mujer, al lado de la cual, y en la misma posición,
de Este a Oeste, había otra más pequeña, la que se suponía que era un niño.
Pues bien, tanto el cráneo como el resto del esqueleto se lo llevaron;
solamente quedan unas pequeñas costillas que ya no dicen nada de la existencia
de tal momia.
Restos de esqueletos de la Cueva de Uchova |
Como ya se trata por más de un periodista que visitó
la cueva, ésta fue la peregrinación de la barbarie. El azar rompió el descanso
eterno de los antepasados que poblaron esta tierra áspera pero agradecida;
desconocida e ignorada, salvo en la desgracia. Las culpas se reparten, fue más
la ignorancia, la curiosidad, que el afán de lucro; pero fue más aún la desidia
de las autoridades, la que restó valor a este que pudo ser un importantísimo
hallazgo, al que no se tuvo la posibilidad de efectuar un concienzudo estudio.
Han transcurrido más de setenta años de este
lamentable suceso, donde la falta de sensibilidad y la desidia destruyó la
necrópolis de la Cueva de Uchova, arruinó la posibilidad de analizar y
comprender un poco más de ciertas practicas de nuestros antepasados. Pero no
sólo las desapariciones y los destrozos se produjeron en la cueva; también en
la “recogida” oficial de lo que permanecía en el lugar. Sin ningún orden se
introdujeron en cajas y se remiten al Cabildo Insular de Tenerife, de cuyo
lugar también sufrió el abandono y las sustracciones.
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