sábado, 30 de noviembre de 2013

Pausadas memorias de María Luisa Reverón Alayón


María Luisa Reverón Alayón. 2006

De la mano de María Luisa Reverón Alayón podemos conocer el duro caminar por el que tuvo que transitar desde aquel 1925, año en que nació en Cabo Blanco, en Arona. Por sus recuerdos se amontonan una lista interminable de labores a las que se dedicó, siega y trilla de cereales, recogida de algodón, trabajos en los cultivos de tomates o del tabaco, raspado de la sal, despedregar terrenos y hasta incluso cargar tierras en la construcción de alguna charca, y otros quehaceres más que se irán desgranando y cuyas dificultades nos lo resume en la frase, hoy lo cuenta uno y no lo cree la gente.
En los labores del campo comenzó en plena infancia, el sustento había que obtenerlo en cualquier trabajo que se le encomendara. Su madre, Adelina Reverón Alayón, se dedicaba “a trabajar y a coser, en tomates, en los salones, ella cosía de hombre y de mujer y de todo, mi madre era amañada pa coser”. A trabajar como apunta María Luisa se iba a lo que surgiera, como a sacar tierra de una charca que se estaba construyendo al sur de Cabo Blanco, “tenía doce años, cargar la tierra y sacarla, sacar entullo. Cuando éramos las dos no llegaba a cinco duros las dos, en la charca esa áhi debajo, a la semana.” O en los veranos despedregando terrenos, “en lo más ruin, porque en los veranos con el calor espedregando, levantando piedras”; o quitando cardones salados o tabaibas para acondicionar huertas en la zona de El Callao en Punta Rasca; en cuya costa también raspaba sal, “y entonces allí mismo donde yo estaba trabajando mi madre cogió un pedazo de salinas y yo salía del trabajo y echaba agua, y después iba mi madre al Roque y a Jama a cambiarla por papas, por brevas o por lo que le dieran.”  
Muchos momentos pasó en las labores de la trilla, que en su infancia era parte de los pocos divertimentos que tenía, ya que le encantaba subirse en el trillo y dar vueltas y vueltas mientras el grano se separaba de la espiga. Y hasta del algodón se ocuparon sus manos, en los años cincuenta cuando durante unos años se cultivó por la zona, en la que muchas familias lo plantaron a medias, por Hoya Juan “y allá en Los Salones, en lo de seño Pepe, esos Salones no se veía sino blanquiando de algodón”.
Pero también había algún momento, aunque fuera breve, para la diversión, para asistir a los festejos de los pueblos cercanos o a bailar, como los que se organizaban en el salón de Francisco Gómez, en uno de los cuales conoció al que fuera su marido, Miguel León Fumero; “que él venía a tocar, tocaba y cantaba, con él y unos cuantos más se hacía el baile y áhi nos hechamos de novios.” Bailes que en la década de los años cincuenta comenzó a organizar María Luisa en un salón de su propiedad en El Morrito.
Y de novios estuvieron hasta mediados de los años cuarenta cuando se casan en la Parroquia de San Antonio Abad, en Arona, a la que se trasladaron en una guagua de la empresa Transportes de Adeje. Acontecía el año de 1946, año de restricciones, de penurias, en la que en algunos períodos no se disponía de camiones, que era el vehículo en el que se solía desplazarse a la iglesia para desposarse; “no querían que fuera la gente en camiones porque anteriormente íbamos en las barandas, cantando y que daba gusto, a la boda. En aquel tiempo estaba Juan Roque repartiendo la correspondencia, y se llevaba muy bien con los de Adeje, una guagua que los asientos no era sino de tablitas. Entonces él me dijo, mira como no hay camiones, que era el marido de la que me hizo la comida, dice como no hay camiones voy a hablar con el de la guagua a ver si te viene a llevar. Pues yo no me acuerdo si eran treinta, pos los que cabían en la guagua.”

  Miguel León Fumero. 1976

Una boda que celebró en su vivienda materna, con la humildad que imponía esa época de sobriedad. “Me acuerdo porque no había ni que comer, fideos, esa sopa, fíjate tú que la gente en el barrio nos guardaba la sopa que venía de ración, que no había, sino que venía de ración. En ese tiempo no vino sopa sino como unas estrellitas chiquitas y me las guardaban los vecinos y los invitados y esos todos que iban guardando la sopa, si les tocaba un cuarto kilo sería, o medio kilo, la compraban y me la guardaban pa la boda, porque no había nada.”
Tiempo de colaboración en todos los aspectos, en los trabajos de la casa, en la trilla, en la recogida de las cosechas y en la elaboración de los alimentos que se consumían en estos festejos. María Luisa recibió leche de cabra para elaborar el arroz con leche, de la propietaria donde trabajaba de jornalera del cultivo de tomates en Guaza Abajo. Un entramado de relaciones que se denota en el gran número de personas que colaboraban en cualquier labor colectiva que se precisara. En este caso el arroz con leche lo preparó Flora Pérez, que era la madre de la madrina de la boda, Carmen Cabrera; ejerciendo de padrino un primo de María Luisa, Román Reverón. Los dulces se hicieron en un horno “en casa de Jovita en Aldea, áhi no se usaba sino pan, rosquetes, tortas y mimos, y vinito que fui por el a Jama, un garrafón de vino a Jama, y chocolate también.” Y después finalizar este banquete con un baile “hasta por la mañana, a cas seño Pancho, allí en el salonito que tenía, bueno un baile que da miedo.” 
María Luisa Reverón Alayón también atesora los pormenores por los que inició la construcción de la Parroquia de Cabo Blanco, tal como le contó su abuela Bernarda Alayón Risco, quien agasajaba una imagen del denominado “Cristo de Hermana”, del que no se ha podido precisar fecha ni procedencia y cuyo nombre procede de la familia que lo custodiaba, “los de hermana”, y desde cuya casa, la de María Reverón “María de Hermana”, se trasladó a la Parroquia de San Martín de Porres.
Bernarda Alayón Risco custodiaba esta Imagen en el antiguo Camino Lera; “ella lo tenía siempre encendido y enramado como era necesario. Bernarda lo sacaba al camino, sacaba una mesa y allí se ajuntaban y rezaban, y ella lo sacaba y le daba vuelta a todo Cabo Blanco, ponían unas mesitas, ahí en cas de madre Genoveva y otra allá abajo por cas Angelito y aquí al acanto abajo en Cabo Blanco otra mesita y descansaba el santito y la gente toda atrás.” Y para cumplir una promesa a esta Imagen se construye la Parroquia, en la que también colaboró María Luisa Reverón y su marido Miguel León Fumero, quien fue uno de los principales impulsores, al presidir la comisión que finalizó su edificación, que se culminó con su bendición el día 12 de noviembre de 1976.
Las evocaciones de María Luisa han recorrido buena parte de las costumbres sociales y laborales que se sucedieron en este Sur de Tenerife. Sus vivencias, alargadas en el tiempo, conocen de penas y de alegrías, de sequías y de lluvias o de las infinitas labores del campo, esas por las que ha trasegado sal, piedras, trigo, algodón, tomates o tabaco. Memorias que crecieron sin entender de prisas, que se fueron forjando cuando aún el tiempo andaba con lentitud. Memorias que se han quedado anudadas al recuerdo de los que gozamos de su jovialidad, de su vitalidad, de su cariño, por más que nos abandonara en marzo de 2013.

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