miércoles, 5 de febrero de 2014

Francisco González Toledo, último camellero en Tamaide

 
Francisco González y Mª Victoria Martín en Tamaide. San Miguel de Abona, 2005


La vinculación de su familia a la agricultura, bajo el sistema de medianerías, ocasionaba que se trasladaran, según las épocas del año, a diversos terrenos de los propietarios con los que trabajaban. En una de estas labores de sus padres, Basilio González y María Toledo, quienes estaban arando para sembrar cereales en la zona de la costa de San Miguel de Abona, en El Guincho, su madre lo trajo al mundo en la Cueva de San Blas, el 3 de diciembre de 1925.
Su padre también se dedicó a la cabrería, cuidando diversas manadas en Los Parlamentos y en Chimbesque, pero sobre todo fue conocido como tratante de animales. Traía camellos de África, manadas de veinte. Eso empezó a ir mi padre a África por medio de Vitelio Reyes, que era tratante también y se asociaron. Se trasladaban a El Aaiún para acompañar los camellos en el barco, en el que lo trasportaban hasta Santa Cruz de Tenerife, y después caminando hasta San Miguel. Era un mercado de ida y vuelta, se traían camellos jóvenes y se llevaban los viejos destinados para carne. Desde que desembarcaban ya se disponían para venderlos o intercambiarlos por otros animales; algunos se quedaba por El Escobonal, Arico o Granadilla. Como ejemplo de intercambio se podía citar el canje que realizó su padre, un camello por un burro y diez duros.
El traslado a pie desde Santa Cruz representaba una verdadera odisea, tal como recuerda Francisco: el que venía más manso lo traíamos de guía delante, de cabestro, yo por ejemplo o mi padre, y después los otros iban atrás de aquel. Se tomaba ese viejo camino que desde la capital llegaba al Sur, alcanzando el Valle de Güímar, ascendiendo por el Mirador de San Martín, por Las Medidas, El Escobonal, Fasnia, Arico, Icor, la Era Tierra, a Granadilla se entraba por La Fuente, para llegar a El Pinito, Chiñama, El Pajonal y en dirección a Viña Vieja, para llevar los camellos a una huerta de Vitelio Reyes, en El Hoyo, en San Miguel. Aún a comienzos de los años cincuenta participó en alguna de estos desplazamientos, con la dificultad que representaba cuando el camino coincidía con la carretera general. No sólo lo que caminabas atrás de los camellos, sino después cuando venía un coche juían y agarraban esos llanos, esos morros por áhi, no había muchos coches pero había alguno y a lo mejor acabándolos de meter al camino, a la carretera aparecía otro coche, volvían a juir. Viaje largo y penoso, que en la espera también lo vivía su esposa, María Victoria Martín Hernández: se ponía unas alpargatas desas de esparto y cuando entraba aquí las tenía que tirar, mira si caminaban.
Francisco aprendió el oficio de camellero de su padre, a quién estuvo ayudando en estas tareas incluso después de casarse con María Victoria, en 1950. Después continuó teniendo algún camello con el que auxiliarse en la duras tareas del campo. En primer lugar vivieron en Tamaide, San Miguel, trabajando por áhi en lo que saliera, después de un año o dos fueron de medianeros a El Tapao, donde estuvieron unos siete años, y donde plantaban papas, trigo, cebada, garbanzos. Después de pasar por otras medianerías, e ir trabajando en lo que surgiera, regresaron a residir, donde continúan en la actualidad, en Tamaide.
Pero no sólo Francisco bregaba con el camello, sobre todo para el transporte y arar, sino que también María Victoria lo utilizaba: Yo me levantaba bien temprano, sin verte, y lo ensillaba yo sola y me iba del Tapao parriba que le decían Genovés, cogía cuatro sacos de hierba, dos de pencas secas, un cacharro de cochinilla y venía pa mi casa.
Escuchar a Francisco sus vivencias con los camellos es ir más allá que unas simples anécdotas de como era su arisco comportamiento, o las múltiples utilidades que era capaz de prestar. Era su modo de vida y como tal tenía que cuidarlo, dominarlo o prepararlo para obtener el máximo rendimiento. Francisco no sólo era un consumado maestro en su manejo sino que además poseía la virtud de fabricar todos aquellos útiles precisos para realizar esas faenas.
Sus extensas explicaciones nos llevan a comprender un poco más las dificultades de una vida austera y donde los recursos los obtenían de su entorno, procurándose casi todas las piezas necesarias para aparejar el camello. Elaboraba desde los arados hasta las bastas que se sitúan debajo de la silla, estas últimas con una loneta e incluso de tela de saco que cosía María Victoria y Francisco los llenaba de paja, sobre todo de cebada, y cuando se rompían había que remendarlos con piel de cabra. Las sillas y los cajones para cargar jable se los construía alguno de los carpinteros de San Miguel, como Tomás Casanova en El Lomo.
Los cangos y bastillos los solía hacer de eucalipto o de palo blanco. El sálamo lo confeccionaba con las vergas que envolvían las pacas de paja, no eran finas, ni muy gordas, y después eran amorosas, que se podían tensar bien y no se rompían. Porque áhi la que es acerada es mala y la que es muy blanda tensándola se parte. Cadenas también hacía de pedazos de vergas. El rebenque lo prefería de un metro, que uno podía bastoniar, que no sobrara mucho parriba, sino que uno lo agarrara, de almendrero y en los nudos una tachita porque fuera más bonito.
Y todo ello, y muchos más útiles de labranza, eran fabricados quitándole horas a la noche, como puntualiza María Victoria: y por la noche con un quinqué, áhi ajumado, que no había ni luz, ni nada, sino con el quinqué, le dábamos una botella de petróleo, le metíamos una mecha y pa que no se estallara el gollete de la botella le poníamos un pedazo penca, clavar la penca y no se estallaba la botella, pa que no se calentara el cristal y no se rompiera la botella. Él era amañado pa jacer los arados y venían los vecinos que iban a arar al otro día, que si el camello le partía el arado, que si se le esconchó el arado, a veces toda la noche carpinteando y ajumado todo con ese quinqué.
Francisco tuvo camellos hasta la década de los años setenta, el último camello que tuve era una camella hembra, que se la vendí a Miguel Rancel, cuando quité la camella compre un rover. Fueron años donde fue dejando la agricultura y me dediqué a jacer tanques, por áhi hay un montón dellos que ha hecho yo. Unas preguntas le hice a Manolo Medina, me dio unas explicaciones, fuerte hombre pa cubicar era ese. 
Y por entre estos múltiples menesteres transcurrió su vida, junto a sus padres, junto a María Victoria Martín, con la que arrimó el hombro desde 1950. María Victoria nos abandonó en 2007 y Francisco en 2010, pero aquí siguen anudados a la tierra que los vio nacer. En los relatos de Francisco se denota como su vista atrás siempre lo fue con nostalgia, con cierta tristeza, recordando sus vivencias, pero también con la satisfacción que le produjo el buen hacer en la siembra en cada uno de sus actos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario