San Miguel de Abona, 1890 |
La precariedad económica
con la que se desenvolvía la mayor parte de la población del Sur de Tenerife,
forjaba una vida entre la subsistencia y la escasez. Su sustento se arrancaba
principalmente a la tierra y a la ganadería. Las dificultades agrícolas eran
innumerables, la casi nula presencia de regadío; baja productividad, en muchos
casos ligada a la ocupación de tierras marginales de baja calidad; campo
descapitalizado; dificultades de mercado; en suma un frágil equilibrio, muy
dependiente de la naturaleza y con escasa operatividad para hacer frente a las
consecuencias negativas que se producían. Equilibrio roto con frecuencia, y con
suma facilidad, por las plagas de langosta y los ciclos de sequía. Uno de estos
ciclos de ausencia de lluvias, 1917-1919, coincide con el bloqueo económico que
motivó el aislamiento padecido en las islas por la contienda de la I Guerra
Mundial (1914-1918) y con la gran epidemia de gripe de 1918-1920, que en el Sur
de Tenerife tuvo una nefasta incidencia en los dos primeros meses de este
último año, conocido popularmente por el año de la gripe.
Antes de esta incidencia
mortal se creó tal alarma social que desde todas las instituciones se
establecieron diversas normativas para preservar su contagio. Llegando incluso
a alguna Corporación Municipal, como la de Arona a tomar un drástico acuerdo en
octubre de 1918: Se acuerda facultar al Sr. Alcalde para que, en vista de la
gran epidemia que en la Península se padece y que hoy está extendida por
algunas de estas Islas y algunos pueblos de esta misma Isla, toma toda clase de
medidas, incluso saltando por encima de la ley si fuera necesario.
En enero de 1920 surge la
alerta en la isla de Tenerife por el temor de que un nuevo brote de la epidemia
gripal, que ya estaba haciendo estragos en la isla de Gran Canaria, pudiese
introducirse en la Isla. Las primeras informaciones de muertes de naturales del
Sur de la Isla se produjeron entre los emigrantes que estaban embarcados en el
vapor Roger de Lluria. Procedente de Barcelona y con escala en el Puerto de la
Luz de Las Palmas, donde debieron subir enfermos de gripe, se dirigía a Santa
Cruz de La Palma para después ir a su destino, La Habana. Al encontrarse en el
Puerto de Santa Cruz de Tenerife se le produjo una avería que le obligó a
retrazar su partida y una vez que se subsanó se mostró a bordo, con gran
virulenta, la epidemia de gripe, por lo que permaneció en la rada hasta finales
de enero. Los enfermos que eran desembarcados de este vapor ingresaban en el
Lazareto para su tratamiento, entre los que fallecieron se encontraba Fulgencio
Frías Alfonso, de 15 años y natural de Arona. Asimismo se encontraba en el
Lazareto José María Alfonso, de 20 años, natural de Abona.
Arona, 1890 |
A través de los medios de
comunicación de la época se conocen múltiples casos de defunciones en los
pueblos del Sur de Tenerife. De Arico se informa que había varios casos graves
de bronco-neumonía y que a finales de enero habían fallecido dos hijos del
conocido propietario de aquel pueblo, don José Delgado, Belisario y Eladio
Delgado Morales. Para atender a estos enfermos el doctor Pisaca, Inspector
Provincial de Sanidad, realizó gestiones para que se desplazase un médico desde
Güímar, labor que realizó Alcibíades Hernández Mora. A comienzos de febrero de
da a conocer que las defunciones en Guía de Isora ascendían a tres, sin
detallar sus nombres.
En abril se comunicaba
desde Granadilla que la epidemia gripal se considera extinguida, al no
producirse ningún nuevo caso en el último mes, produciéndose una muerte en El
Médano. De este municipio, al que se trasladó el médico Agustín Pérez Díaz para
asistir a los enfermos y a los de los municipios cercanos, se encuentran
referencias de la virulencia de esta enfermedad, no así fallecimientos que se
citen expresamente que lo fueron por la gripe. Se informa de otras muchas más muertes
repentinas,
como para todo el Sur, sin relación de su causa, como la del oficial de
milicias, Ulises Guimerá y Gil Roldán que fallece en el pago de Las Vegas, victima
de rápida enfermedad.
En el Sur de la Isla el
caso más sangrante ocurrió en San Miguel de Abona donde en este periodo de
máxima virulencia fallecieron 21 vecinos: Luciano Delgado, de 60 años;
Florencio Delgado, 35; Felipe Cabrera, 40; Lorenzo Pérez, 60; José Delgado, 85;
Gregorio Manso, 48; José Sierra, 80; Tomás Bello Gómez, 68, aunque en su
esquela mortuoria se detalla que lo fue el 18 de febrero en Arona; Julio Bello,
28; Gregorio Rancel, 45; Agustín Delgado, 75; Francisco Estévez, 69; Teófila
González, 30; María Marrero García, 35; Micaela Delgado, 80; Catalina Marrero,
60; Adela Trujillo, 60. Y las menores, que se anotan como hija de don
Cristóbal Tejera, de 3 años; hija de Teófilo Bello, de 2; hija de Francisco González,
6 meses; y la hija de Agustín Pérez, de 2 años. A comienzos de marzo se
informaba de la mejoría de la situación y el escaso número de los afectados.
Y por si podría añadirse
alguna adversidad más a la falta de lluvia que se padecía desde años atrás, a
la escasez de trabajo que propiciaban la emigración, y a esta virulenta gripe,
se le suma la falta de algunos productos de primera necesidad como el azúcar,
causando diversas quejas desde pueblos como el de Adeje, desde el que se
comunica que se carece en absoluto de azúcar, y, como ya menudean los casos
de gripe, es un verdadero conflicto. Y para acrecentar el infortunio se produce un
temporal de viento y agua, entre los últimos días de febrero y primeros de
marzo, que causan graves daños a las contadas vías de comunicación, como las
pistas que unían los pueblos con la costa, el caso de la de Arona a Los
Cristianos, o la siempre en obras carretera vieja del Sur. O los graves
destrozos que causó a los cultivos, como la enfermedad que ocasionó la excesiva
agua en el cultivo de papas, imprescindible para la subsistencia de pueblos
como San Miguel de Abona o Granadilla de Abona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario