Galería desplomada en el antiguo convento franciscano |
El suceso luctuoso acaecido
en Granadilla de Abona, a las dos y media de la tarde del domingo 3 de febrero
de 1963, se produjo cuando se derrumbó una galería del antiguo convento
franciscano, donde estaban ubicada las dependencias municipales y los juzgados.
Hubo 23 muertos entre las personas que aguardaban para la realización de los
trámites de solicitud del Documento Nacional de Identidad. La mayoría de las
victimas se produjeron tras el pánico que se originó después del derrumbe de
parte de la galería de la segunda planta, que al querer salir del edificio
murieron aplastadas.
Debido a la lluvia que caía
al mediodía, la mayoría de las más de mil personas que esperaban para realizar
los trámites del Documento Nacional de Identidad se refugiaron en las galerías
interiores y en el patio del antiguo convento franciscano. Sin ningún indicio
previo se derrumbó parte de la galería y con ella cayeron las personas que
estaban en los aledaños de la mesa donde se ubicaban los funcionarios del
Cuerpo General de Policía que realizan esta labor. Los del piso inferior no
pudieron apartarse a tiempo y en este momento se produjo la única muerte por
este desplome, el de una mujer que ayudaba en las tareas administrativas. El
resto de los muertos sobrevinieron por el miedo que produjo este derrumbe, al
intentar salir del lugar fallecieron aplastados.
Según los testigos, tal
como quedan reflejados en las diversas crónicas periodísticas, fue la confusión
y el pánico lo que produjo las demás victimas, con haber mantenido la calma no
se hubiese producido ningún muerto más, pero el miedo a que se derrumbase el
edificio entero produjo una avalancha. El desconcierto hizo que todos
intentaran salir al mismo tiempo, creando unos momentos de angustioso
dramatismo y dando lugar a que estas personas, en su mayoría mujeres y tres
niños fuesen arrollados. Uno de los periodistas, Francisco Ayala, redactó de
este modo ese trágico momento: Durante unos instantes, la misma masa humana
hizo presión sobre la puerta cerrándola totalmente. Pero, realizando un
desesperado esfuerzo, el guardia municipal de la localidad, don Carlos
Rodríguez, logró abrir media hoja, por donde salieron los que pudieron. La
calle del Calvario de Granadilla, sembrada de cuerpos yacentes, parecía haber
sufrido un horroroso bombardeo.
Las escenas que se
sucedieron en pocos segundos fueron verdaderamente inenarrables. Los gritos de
dolor y desesperación de los de dentro hallaron eco en los familiares que
esperaban fuera o acudieron al espantoso clamor. Los de la calle intentaban
entrar para auxiliar a los suyos y la colisión de unos y otros añadía más
confusión aún a la horrible escena. Algunos padres o maridos lograban por fin
dar con sus hijos o con sus esposas y, como podían, extraían sus cuerpos del
informe montón humano.
El edificio en los años ochenta |
La relación de fallecidos que se remitió
desde el Gobierno Civil a los diversos medios de comunicación fue: Del Casco
de Granadilla: Victoria Gaspar González, de 32 años, casada; Luis Villalba
Flores de 46 años, casado; Blanca Pimienta Arránz, de 19 años, soltera;
Consuelo Pimienta Arránz, de 21 años, soltera; Celia Perera Hernández, de 9
años; Fernanda Oramas Hernández, de 26 años, casada.
Del barrio de Chimiche: Ignacio Casañas
García, de 81 años, casado; Rosa Casañas Marrero, de 70 años, casada; José
García Vidal, de 7 años; Carmen Vidal González, de 40 años; Carmen Casañas
González, de 39 años, casada.
Del Charco del Pino: Cecilia Delgado
Alonso, de 49 años, casada; Lorenza González del Pino, de 64 años, soltera;
José Toledo Rancel, de 53 años, casado.
Del barrio de Yaco: Isabel González
Torres, de 49 años, casada.
De El Desierto: Dionisia Torres Delgado,
de 21 años, casada.
De El Salto: Manuel Rancel Rivero, de 17
años, soltero; Mercedes Rodríguez Cano, de 58 años, casada; María del Rosario
Casanova Franchi, de 21 años.
De Los Cristianos: Rosa Quintero, de 24
años, casada; Guadalupe
Domínguez González, de 43 años, casada; Soledad González Cruz, de 29 años,
casada.
De La Orotava: María
Esther Martín Bethencourt, de 12 años.
Y más de un centenar de
heridos, en la mayoría de los casos por contusiones, fueron atendidos en el
mismo lugar del accidente y con posterioridad remitidos al Hospital Provincial,
al Hospital Militar y a diversas clínicas privadas. En el Sur no existían, ni
existen, medios suficientes para hacer frente a una desgracia de este tipo, los
servicios sanitarios se tuvieron que desplazar desde la capital. Las muestras
de solidaridad provinieron en primer momento de los mismos vecinos de
Granadilla de Abona que se volcaron en la atención de los heridos y de sus
familiares, después de múltiples rincones de la Isla. Las primeras autoridades
de la Isla se personaron nada más conocerse esta desgracia, el Gobernador
Civil, Manuel Ballesteros Gaibrois, se desplazó en avión, pilotado por
Constantino Lorenzo Rubio, desde el aeropuerto de Los Rodeos hasta la pista
auxiliar de El Médano, inaugurada el año anterior, en un avión de la compañía
“Tassa”; y que a su regreso trasladó a tres de los heridos más graves.
La carretera vieja, la
Comarcal 822, se llenó de ambulancias y de coches particulares, en doble
sentido, desde Granadilla de Abona a Santa Cruz de Tenerife; sus cientos de
curvas de colmaron de lamentos. Desde el día siguiente, declarado día de luto
en la provincia, el Gobierno Civil promovió una suscripción en favor de los
damnificados, recibiéndose los donativos en la Sección de Beneficencia del
Gobierno Civil y en una cuenta abierta en la Caja General de Ahorros.
Las dádivas provenían de
todas las clases sociales, de empresas; se organizaron múltiples eventos
sociales y deportivos para aumentar los donativos para el socorro de las
victimas. La compañía de Pepe Alfayete y Rafaela Rodríguez, que en esos días
actuaba en el Teatro Guimerá, ofreció la recaudación de un día para los
damnificados; el fútbol y la lucha canaria se sumaron a esta iniciativa.
El entierro de las victimas
se efectuó en Granadilla de Abona, Arona y La Orotava. En este primer lugar,
donde se enterraron a 20 de los difuntos, se produjo un gran acto de duelo. A
las cinco de la tarde dieron comienzo las honras fúnebres en la Parroquia de
San Antonio de Padua, estando presente el Obispo de la Diócesis, Luis Franco
Cascón, además de las principales autoridades de la Isla. Con posterioridad se
trasladaron los féretros al cementerio, recorrido plagado de crespones negros,
acompañados de más de 30.000 personas. Dos de las victimas fueron enterradas en
el cementerio de Arona, y en La Orotava, la niña María Esther Martín
Bethencourt.
Las muestras de solidaridad
se recibían desde todos los estamentos de la sociedad, todas las instituciones
se sumaron a ese día de luto oficial, el lunes 4 de febrero; la Universidad de
La Laguna suspendió las clases; los telegramas de pésame llegaban de múltiples
regiones y ciudades; las misas de duelo se sucedieron en todos los pueblos de
la Isla, entre los que destaca la oficiada el 11 de febrero en la Parroquia
Matriz de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife.
Veintitrés modestas
victimas, acostumbradas a la resignación con que la austera naturaleza había
envuelta su vida. Trabajadoras del campo en su mayoría, a las que para que no
perdiesen un día laborable se les expedía este documento en domingo. Su
silencio astillado de amargura se quedó atrapado, para siempre, entre la
galería y el patio, entre la escalera y el rellano, entre la madera y la piedra
de este antiguo convento plagado de desgracias, de incendios. Allí quedó el
silencio entre los zapatos, las lonas, los bolsos, los sombreros, los
bocadillos, la ropa en jirones, los ecos de los estertores, el espanto atroz de
veintitrés vidas apresadas eternamente entre la lluvia y la tierra, entre la
tea y la piedra, entre la memoria y la amargura de los que las buscaban.
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