jueves, 26 de septiembre de 2013

En el horno de la vida con Julia García Morales, JULITA MORALES



  Julia García Morales en su cocina 
 
La presencia de Julita Morales (Valle de San Lorenzo, 1919 - 2005) se encuentra arraigada en la mente de sus vecinos, sobre todo, por ser una de esas esforzadas mujeres que los avatares de la vida le supuso hacer una profesión la organización de las bodas. Sencillas celebraciones en lo que lo más frecuente era que los padrinos pusiera los ingredientes y estas mujeres se trasladaban al lugar de celebración para prepararla, o bien si se disponía de horno propio elaborar los dulces y trasladarlos al lugar de celebración. Con dulces, vino y chocolate, mesas en el centro de una sala espaciosa y sillas a lo largo de sus paredes, se festejaron muchos de estos banquetes.
Como el suyo, al contraer matrimonio con Antonio García Morales, en la Parroquia de San Antonio Abad en Arona, una tarde de octubre de 1939. Mi boda fue dulces nada más, entonces no se sabía hacer sangüis y nada de eso, dulces y chocolate, y la mesita y picar allí, y un poquito de vino. Lo celebré aquí y después el baile fue allá en Chindia, cas Pedro el de Chindia y Josefina. Y la celebró en su vivienda, aquí en este cuarto, en una mesa, mi madrina fue Antonia la Panadera y el hermano José. Antonia y yo éramos amigas y por eso fue la madrina, y el hermano. Antonia y José Valentín Hernández, en cuya panadería, la de sus padres, Antonio Valentín y María Hernández Delgado, María la Panadera, se prepararon los dulces, como el de otras tantas celebraciones.
Julia García Morales, Julita Morales, comenzó con este menester en la década de los años cincuenta, bueno, pues después que mi marido murió, que falleció en 1950. Y continuó hasta los años ochenta, que más de trescientas bodas hice yo. Y prosigue su relato del inició en estas labores. Porque a mi siempre me gustaba ir a las bodas a ayudar a hacer de comer y así y entonces Lola Bello, ella se dedicaba a hacer de comer y me dijo: muchacha porqué tú no vas a hacer de comer; ah muchacha, ¿cómo se te ocurre?, yo soy amañada pa hacer dulces y eso, de rosquetes, entonces yo no sabía hacer brazos gitanos, sino rosquetes, bizcochos, tortas.
En esos primeros momentos tenía cierto temor por las proporciones y las cantidades a elaborar, dudas que con el paso de las primeras bodas, se tornaron certezas. Yo aprendí y por recetas que me daban y después me fijaba en las que las amasaban y después aprendí a hacer las tartas hechas chiquitas, después compré mis moldes pa las tartas, yo tenía pa hacer de seis pisos, tenía dos moldes. Las bodas que se hacían antes no se hacía sino rosquetes y algún bizcochón, después ya se hacía más, hacía rosquetes de aceite, aceite y vino, hacía tortas de almendra. Lo que yo no supe hacer nunca pan, pero tortas, mis tortas, no es que yo lo diga sino a todo el mundo que usté le pregunte, como las tortas de Julita Morales no había tortas, hacía mimos, brazos gitanos variados, y bizcochones, queques, mantecados, hacía unas galletas de mantequilla.
La primera boda la preparó en Cabo Blanco, por la que cobró doscientas pesetas, estuve tres medios días haciendo dulces y un día en la boda. La primera tarta que yo hice fue la de Felipe. Los dulces los hice en Cabo Blanco, que tenían un hornito chiquito, que jacían pan. La comida la hizo seña Dolores de Machín, que era amañada pa jacer de comer.

Julia García Morales, a la derecha, en una boda
Los recuerdos de Julita se alongaban en el tiempo, con nostalgia. Entre sus evocaciones está la huerta de sus padres: Esteban García Valentín, Esteban el Kilo, de la familia de Los de Lera, y María Morales Hernández, María la Cueva. Mi madre tenía unas huertitas, cuando mi madre sembraba papas, por las orillas sembraba coles, que entonces no se usaban las coles cerradas, yo me acuerdo de ver las coles cerradas cuando mi madre era nueva. Mi madre sembraba áhi sus calabaceras, sembraba bubangeras, cuando cogía las papas sembraba garbanzos. Como antes llovía cogía mi madre montones de garbanzos, áhi en las huertas, y sembraba millo, sembraba rábanos.  Después que cogía las papas se cogía todo eso, y todo eso se criaba, ni esos bichos ni nada, como ahora que las plantas no sirven pa nada. Me acuerdo verle a mi madre tres naranjeros, tres hermosos, y un manzanero, que eso divertía, todo eso se secó. Antes sí, en las ventas ¿qué se comproba? Esas golosinas, ni nada del mundo, si el vecino tenía le daba a uno un pedazo calabaza, y después sí, ya se empezó a vender, pero de eso todo mi madre lo cogía allí.
Son esas costumbres aprehendidas en la vida cotidiana las que brotaban con cierta añoranza. Entre sus relatos se encuentra un práctico consejo sobre los mantecados que elaboraba con manteca de cochino, azúcar, huevos, bicarbonato y limón rallado. Ingredientes que amasaba con mimo, les daba la forma y los colocaba en la milana para introducirlos al horno. A la milana se le ponía un poquito de harina pa que no se pegara, batía un huevo, o dos, según los que tuviera, y con una brocha le pasaba por encima, lo ponía al horno y te quedaban tan regañaditos.
O la descripción de las hogueras por San Juan y por San Pedro, y la preparación de voladores o pelotas. Confeccionados con trapos viejos y vergas hasta forman una bola, a la que se le prendía fuego; se le hacia girar con la misma verga, que se dejaba de tres o cuatro metros, hasta que se fuese a extinguir la llama. Me acuerdo cuando éramos chicas, íbamos por esas Rosas, donde había camelleros, ya secas, y tomillos, traer sacas llenitas pa hacer las fogaleras. También se usaba hacer unas pelotas de rejos, se le echaba petróleo, y si no teníamos petróleo porque las madres no nos daban, íbamos allí a los desperdicios de la máquina de moler, y siempre había sacos empapados de gasoil y de esas cosas pa hacer las pelotas, dándoles vueltas con un alambre amarrado. Nos asomábamos todos a esas orillas, por ver ese Guaza y esas montañas de Cabo Blanco y todo eso pa ver las pelotas tan bonitas, cuando se juntaban cuatro o cinco. ¡Ay! Que eso me parecía tan bonito.
Escuchar a Julita, atender a sus relatos, la manera de narrar esa memoria emocional del conocimiento cotidiano, fue una admirable enseñanza. Por sus manos pasaron incontables alegrías, mucho calor desprendieron los hornos de su vida. Y con la misma intensidad que prodigó esa alegría y ese calor, aún pervive su memoria entre los que tuvimos la suerte de su trato. 



Documentación: BRITO, Marcos: Valle de San Lorenzo. Imagen y memoria. Llanoazur ediciones

Juan Pérez Morales, EL QUINTO



  Juan Pérez Morales, EL QUINTO
 
Al vecino de Los Cristianos Juan Pérez Morales se le nombra por El Quinto, desde la época que se encontraba de jornalero en la finca de Las Madrigueras y lo citaron para el servicio militar. A su vuelta de la “quinta” le comenzaron a denominar El Quinto. Vivía en la Montaña de Chayofita, a cuya zona aún se le nombre como la Villa del Quinto, donde poseía unas cabras y un macho cabrío, al que muchos vecinos llevaban sus cabras para cubrirlas con este popular animal al que se conocía por el Macho del Quinto.
  José Pérez y Encarnación García, con sus hijos Juan Manuel y Encarnación, y dos sobrinos
Juan Pérez Morales, El Quinto, nació en Los Cristianos en abril de 1927, se casó con Encarnación García Domínguez, Catona. Matrimonio que tuvo tres hijos: Juan Antonio, Juan Manuel y María Encarnación Pérez García. Este apodo perdura en su hijo mayor, Juan Antonio Pérez García, El Quinto, que durante años destacó como portero del equipo de fútbol del C. D. Marino, tal como se le contempla en una fotografía de este equipo de alrededor de 1970.
El Quinto trabajó con Antonio Domínguez en Las Madrigueras y después ejerció de guardián en el chalet de Forentín Castro, en El Camisón, en cuyo puesto estuvo durante más de 20 años, por lo que a ese chalet se le conocía como el Chalet de Florentín o el Chalet del Quinto.

Juan Antonio Pérez, portero del C.D. Marino
Fotografías: Archivo de Juan Manuel Pérez García.

BRITO, Marcos: Nombretes en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones 



miércoles, 25 de septiembre de 2013

Cereales: tiempo de recolección y trilla


  El Mollero. Santiago del Teide, 1969. Cedida por Colectivo Cultural Arguayo

La agricultura de secano, cuyo principal cultivo fue el cereal, junto al pastoreo y la pesca, fue hasta mediados del siglo XX nuestro principal medio de subsistencia. En el Sur de la isla dependía de un irregular periodo de lluvias, que condicionaba el cultivo de una u otra semilla, el trigo morisco y la cebada, con menores necesidades de agua, se sembraba con mayor abundancia en la costa; y el trigo blanco en las medianías. El millo debido a sus mayores necesidades de agua se sembraba en menor cantidad.
La siembra del cereal, o de la leguminosa, se realizaba o bien antes de la lluvia prevista o, lo más generalizado por esta zona, una vez llovía se realizaba a voleo, después de que la tierra estuviese `jobariada y que se pusiera suelta para poder sembrar`. Una mano experta metía la mano en una bolsa con granos, el `socojo´, que se llevaba colgada al hombro; y lo iba esparciendo sobre la tierra húmeda, para con posterioridad pasar el arado; con todo tipo de animales, según disponibilidades y preferencias.
La fecha de utilización de las eras correspondía con el fin de la primavera y el comienzo del verano. Y más que segar el cereal se arrancaba, `porque hacía falta la paja y hacia falta todo, todo eso se aprovechaba y si la siega quedaba mucha paja en la tierra, la raíz al trillar se esparecía`. Al arrancar el cereal se sacudían sus raíces, bien en las paredes de la huerta si era estrecha o bien se arrastraba una piedra mientras se iba arrancando.
Una vez segado se recogían en gavillas y se llevaba directamente a la era o se iba depositando en sus cercanías, en los frescales, hasta el momento de la trilla. Aquí se amontonaban, en forma generalmente circular, formando una pared con las espigas hacía dentro y rellenando el interior de manera aleatoria, rematando con gavillas colocadas con la espiga hacia fuera, de forma que si llovía el agua escurría con mayor facilidad.
La cantidad de gavillas que se introducía dependía del tamaño de la era, del tiempo --a mayor insolación, mejor; el empleado en la trilla era mayor si el día estaba nublado-- y de los animales a utilizar. E incluso de cómo hubiese estado la cosecha, un trigo con buen desarrollo de espiga tiene más paja con lo que cabría menor cantidad que otro con menor espiga.

San Miguel de Abona. 1965
Se comenzaba por introducir una parte de la parva, denominación con la que se conoce la cantidad que se trillaba de una vez, y trillar en cobra, animales unidos entre sí cuyo número dependía del tamaño de la era, por lo general de tres a cinco. `Tenía que trillar en cobra porque la rama, la cebada o el trigo entero, no se puede meter un trillo, porque entonces se lo lleva todo pol alto, el trillo se entierra`. A medida que el cereal se iba trillando se le añadía el resto de la parva. Se podía finalizar en cobra o bien seguir con el trillo, una vez que la parva estuviese lo suficientemente asentada para poder utilizarlo. De este trillo tiraban, normalmente, dos animales, ya podían ser caballos, mulos, burros, camellos o vacas, como las dos yuntas que podemos contemplar en El Mollero, Santiago del Teide, labor realizada por María Navarro Forte y  Donate Forte Curbelo.
Sí la parva era bastante grande, y dado que el pretil solía ser bajo, a la era se le colocaba un ´ruedo`; consistía en apoyar al pretil las espigas con el tronco hacía arriba en forma de cerca para que el cereal no fuese expulsado de la era. Cuando se trillaba cebada y en caso que se quisiera obtener `paja colchón´, se comenzaba en cobra, al amanecer con algo de humedad; y antes de introducir el trillo se recogía la paja necesaria, ya sin grano, para destinarlo al relleno de los colchones.
Una vez finalizada esta ardua labor, que podía duras varios días, se procedía a separar el grano de la paja. El primer paso consistía en unir lo trillado en una orilla, formar una `sierra´, orientada perpendicular al viento --el mejor el del suroeste, más continuo-- y se aventaba: lanzar al aire con la ayuda de `belgos´ para separar la paja del grano; operación que se realizaba `por lo menos veinte veces´. El grano va cayendo en el mismo lugar y la paja se traslada al otro lado de la era o fuera de ella. A veces se colocaba una marca, `poner la valisa´, con varias piedras o un palo, a un metro de la sierra, y todo el tamo que sobrepasase esa marca se recogía como paja; la que quedara en el interior se aventaba nuevamente.  

El proceso siguiente era ´paliar´, de similar práctica, pero en este caso con una pala de madera hasta que se elimine toda la paja. La última vez que se paleaba se coloca unas mantas, de tal manera que el grano se deposite sobre ellas. Al mismo tiempo que una persona palea otra ´valea´. El ´valeo´ se preparaba con la paja del trigo, se formaba con una gavilla, del grueso que se pudiese coger con una mano, con espigas largas `esrrabadas´ a mano y atadas de tal forma que se formase una escoba en forma de abanico; se barría con la parte de los troncos, pasando con suavidad por encima del montón de grano y arrastrando los `cachos´. Este montón de grano, en algunos casos, se cernía con una cernidera de hierro y latón, con agujeros realizados con un puntero por los cuales salía el grano; en su interior quedaban los trocitos de paja. Y después `ajecharlo´, para terminar de limpiarlo, que consiste en imprimirle a una zaranda o ´jarnero` unos movimientos bruscos y circulares por el cual los restos se trasladaban a su centro y se retiraban con las manos. Esta labor de `ajechar´ era realizada, casi siempre, por mujeres, `y si era una parva grande estaba un par de horas ajechando´.  

Trilla en El Salguero. Vilaflor,  2008
La productividad que se obtenía en la trilla de cada una de las parvas dependía de varios factores, sobre todo de la cosecha y del tamaño de la era. A modo de ejemplo se pueden aportar algunos datos facilitados por nuestros informantes. Domingo Domínguez trilló en la Capellanía, Arona, una parva de 30 fanegas de trigo; en esta era circular de 11metros de diámetro se podía obtener de una parva casi las 40 fanegas. O el de Casimiro Díaz en Los Llanos, Adeje, quien trilló `una parva que me dio cuarenta y tantas fanegas de cebada. Estaba la era bien llena y estuve trillando, yo creo que se aproxima a la semana, y claro tenía pocos animales también pa trillar, porque cuanto más animales, más trillo´.
Las leguminosas también se trillaban con algunas de estas características. Las lentejas y los chícharos se trillaban en cobra, `a las lentejas no le hacían falta sino apenas, porque eso se eschamisaba enseguida. Se trillaba en un par de horas, si el tiempo estaba bueno ya estaba trillada. Después la juntaba y barría la era y hacía la sierra y venga a aventar, aventar hasta quitar la paja`. Los chochos se apaleaban, después se ponían con agua y sal durante varios días para poder consumirlos, `pa los animales los tostábamos un poco y después se ponían en agua´. Las judías y los garbanzos se  solían desgranar a mano, abriendo la vaina.
Llegada el final de la primavera y el comienzo del verano, momento de desgranar la espiga, tiempo de recolección y trilla, período más que esperado para volver a reponer la vacía despensa.

Documentación: BRITO, Marcos: Paisaje en las Bandas del Sur [Tenerife 1890-1960]. Llanoazur ediciones

martes, 24 de septiembre de 2013

Villa de Adeje. c. 1925

 
  Villa de Adeje. c. 1925

Panorámica de la Villa de Adeje a mediados de la década de los años veinte. El primer término nos brinda una floreciente agricultura, gracias al agua del Barranco del Infierno. Casas alineadas a los lados de la denominada Calle de la Iglesia, hoy Calle Grande. Resaltando la parroquia de Santa Úrsula y la Iglesia del antiguo Convento.

BRITO, Marcos: Paisaje en las Bandas del Sur [Tenerife 1890-1960]. Llanoazur ediciones

San Miguel de Abona c. 1890

  San Miguel de Abona c. 1890
 
Fotografía obtenida desde el barrio de El Pino, en las cercanías de El Puente. Panorámica que centra su interés en la vía, el antiguo camino empedrado de El Pino, el camino de travesía que enlaza a los pueblos del Sur, que desde este barrio se desplaza hasta la Parroquia de San Miguel Arcángel. Pueblo en el que se concentraba en 1900, y con 1022 habitantes, casi el 60 % de la población del Municipio. Una imagen que nos muestra diversos practicas tradicionales, como los dos animales de carga, que se encuentran a mitad de este camino o el la azotea del primer plano, utilizada para el secado de higos, bien de pico o de leche. El pino que marca el perfil izquierdo se sitúa en la actualidad al borde de la carretera vieja del Sur, que llegó a este pueblo en la segunda mitad de la década de los treinta.

BRITO, Marcos: Paisaje en las Bandas del Sur [Tenerife 1890-1960]. Llanoazur ediciones

lunes, 23 de septiembre de 2013

Evaristo Hernández Fumero, EVARISTO CHASNERO o EVARISTO PALOMILLO

  Evaristo Hernández Fumero
 
A Evaristo Hernández Fumero, natural de Vilaflor de Chasna, se le conoce por Evaristo Palomillo, apodo que hereda de su madre, Petra Hernández Fumero, Cha Petra Palomillo. Y del que no se ha podido precisar su motivación. Y además se le nombra como Evaristo Chasnero, una vez que contrae matrimonio en San Miguel de Abona y traslada su residencia a este último pueblo. Entre otras ocupaciones, como a la agricultura, se dedicó al cuidado de manadas de cabras en El Salguero, Vilaflor, en la década de los años treinta; asimismo también las atendió en la Montaña del Pozo, en Vilaflor; en Viña Vieja, en San Miguel de Abona; o en El Salto, en Granadilla de Abona.
En el Censo de la Población de Vilaflor, a 31 de diciembre de 1910, Petra Hernández Fumero se registra en la Calle San Agustín, con 44 años y de profesión su casa. Con sus hijos: Manuel, Rosario, Carmen, Agustina, Isabel, Evaristo y Agustín Hernández Fumero. De entre los 24 años y los 5 meses.
En el Padrón Municipal de San Miguel de Abona, para el año de 1925, Evaristo Hernández Fumero consta inscrito en Tamaide, se anota que nace en el año de 1900, de profesión jornalero, con 6 años de residencia en San Miguel de Abona; casado con Victoria Oramas Pérez, quien nace en 1900. Y su hijo, Evaristo Hernández Oramas, a quien se anota como nacido en 1925.

Bibliografía: BRITO, Marcos: Nombretes en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones

María García Sierra: “a trabajar y pasar penas”


María García Sierra en su juventud

Los recuerdos de María García Sierra (1914-2008 Las Lemas, Buzanada) son alargados y variados, se movieron entre las penurias por la que transcurrió la época en la que le tocó crecer; la nostalgia por alguno de esos momentos vividos, difíciles y con diferente bagaje social; y la alegría con la que rememoró otros tantos soplos de buenos períodos, como los festejos, cantares, carnavales o ese sabor agridulce por el que acontecían los noviazgos y bodas.
Sus padres Francisco García y Dionisia Sierra trabajaban en la albañilería y la agricultura. A su padre era frecuente que le pagaran sus labores con productos del campo. Y cuando había jambre en vez de darle alguna perra le daban medio almud de millo, de trigo, de eso, porque antes se araba y se cogía eso así.” Y María, como el resto de sus hermanos tenían que ayudar a completar el sustento diario, por lo que apenas conoció lo que era la infancia, desde muy pronto le encomendaron tareas del quehacer doméstico, incluso recoger cochinilla, desde a poco que nací, de diez años o por áhi, y después me fui a trabajar en los tomates. Y yo no se, lo que yo se que yo no vi escuela, ni vi na, sino a trabajar desde que teníamos diez años. A trabajar y a pasar penas.
En todos las faenas que surgieran allí estaba María, trabajó en los tomates, recogió cochinilla y cuidó de todo tipo de animales. Antes y después de casarse con Antonio Pérez Rancel y tener sus cinco hijos. Cuando yo me casé me pagaron tres pesetas pa subirme una peseta porque yo no ganaba sino dos pesetas. Y después con aún más ocupaciones, como le pasaba cuando tuvo a su último hijo, al que tenía que llevar consigo a los tomates, lo llevaba en brazos y lo cuidaba Argelia allabajo y después lo traía yo parriba, y un fardo hierba pa las cabras.
Pero no solamente por su prodigiosa mente brotaron trabajos y trabajos, también su rostro se pobló con una pícara sonrisa cuando recordaba viejas costumbres de bailes, de carnavales, de festejos y de algunas conductas acontecidas alrededor de las bodas. Los carnavales desbordaban los viejos caminos de Buzanada, por los que su memoria vieron transitar la desbordante alegría de Carmen Cabeza, que estaba en todos los saraos, tanto en carnavales como en San Juan, que improvisaba versos con suma facilidad, tal como relató María: Cha Carmen Cabeza la más que cantaba, se ponía cosas viejas en la cabeza, una vez pasó por ahí y le cantó a mi madre: Dichosa de seña Leonisa/ que le queda esa florita/ y yo no tengo ninguna/ que ya me quedé solita. O aquel en el que suplica que no pare la diversión; Silencio pido señores/ que dure el baile hasta el día/ porque mi José me dijo/ que hasta otro año no volvía. Y no se le olvidaron las fiestas a las que iba, como las del Valle de San Lorenzo o las del Cristo de la Salud de Arona, a la que llegó a ir con su marido, Antonio Pérez, y los hijos, caminado y con los chiquillos en los brazos y los zapatitos en la mano.
María también participó en el cumplimiento de alguna promesa a San Pascual Bailón, incluso en una, allá por los años cuarenta, para que el parto de una de sus hermanas tuviera buen fin. Yo hice una promesa por mi Corina, que en paz descanse, cuando tuvo el niño más viejo que casi no lo tiene, y prometí un Pascual Bailón, no parábamos, uno bailando sin pararse las dos horas. El baile se efectuó en El Morro, en la tienda y salón de baile de “Cho Enrique”, Enrique Delgado, en el que también participó Dolores Toledo y Rafael Delgado, con quien bailó María.
 
  Antonio Pérez y María García
Asimismo rememoró las ancestrales costumbres de noviazgo y boda. Antes no vía los novios ni nada, sino en aquella casa uno sentado al canto adentro de la casa y otro por fuera en la puerta. Y después de un noviazgo, más bien largo, se preparaba la boda con la sencillez que requería las disponibilidades de cada casa. Para el traje de María, un azul bajito, se compró la tela en la tienda de Quemada y se lo confeccionó Domitila Delgado; y con aquel traje, adiós, me duró no se sabe cuanto. Y el de su marido, bien guapo, un terno azul marino. Él fue a Santa Cruz y compró la tela y se lo hizo seña María Cabeza, que vivía en La Rosita.
Su boda se celebró en la parroquia de San Antonio Abad, a la que fue en un camión viejo que tenía Cho Dionisio, fuimos montadas y yo fui atrás, porque ese día bautice yo a María la de mi Elisa, fuimos nosotros detrás. También apuntó algunos detalles de otra boda que se celebró cuando era una niña, la de Petra Reverón, que realizaron este traslado a la Parroquia en un camello. Y me acuerdo, y fueron en camello pa Arona, y eran doña María y don Miguel Díaz los padrinos y después le oía yo a esos mayores, mi Corina fue, llevaban dos colchas de las mejores que tenían, que antes se juntaba de soltera pa cuando se casaban, y unas almohadas. Él por el alto y el camello casi tapado.
Después de la ceremonia religiosa se regresaba a sus casas para el convite. En la casa de Cha Aquilina celebramos la boda mía, unos rosquetitos de Quemada, que trajo mi madre, y pocas cosas, y después a bailar, bailamos arriba en cas Rafael. O como también relató María, la pareja no solía dormir juntos la primera noche, lo usual era que cada uno pernoctase en su casa, o quedarse uno de ellos en su futuro hogar y el otro en la vivienda familiar. Con una sonrisa, recordó el caso de un novio de Cabo Blanco y una novia de Buzanada. Y ella vino pacá con él y le preparó la cama, decían ellas que le preparó la cama, le quitó la colcha, o le dio patrás o lo que hizo, y después ella se fue por su caminito pallá y él se quedó acostado allí.

 
María García Sierra, 2005
A trabajar y pasar penas. Una frase que encierra una vida de sacrificios, de duras labores, por la que transitó María García Sierra. Una mujer que dejó la huella de la sencillez, de la sabiduría de lo cotidiano, que nos legó una memoria cargada de conocimientos de una vida asida a la tierra que la vio nacer, al máximo aprovechamiento de los escasos recursos de que se disponía.