lunes, 26 de agosto de 2013

Manuel Ledesma García, CHO SERAFÍN


  Manuel Ledesma García, CHO SERAFÍN
 
Los nombretes con relación a parentescos familiares, se pueden añadir los que aportan el nombre o apellido del cónyuge, como José Polonia, que recibe el de su mujer; o Ángela Marrero, que al contraer matrimonio lo adquiere de su esposo. Asimismo se dan otros casos, tal como un segundo apellido que se ha perdido de una rama familiar, es la fuente de Antonio Siverio. O por el nombre de algún antepasado surge Cho Serafín.
Manuel Ledesma García, Cho Serafín, pescador procedente de Adeje y vecino de Los Cristianos, debe su apodo por ser el nombre, Serafín, de varios de sus antepasados paternos. A su descendencia se les conoce por los Serafines. 
En el Censo de Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920, Manuel Ledesma García se encuentra inscrito en Los Cristianos, con 43 años, y con 22 años de residencia en Arona. Casado con Agustina Hernández, de 47 años, y sus hijos: María, Manuel, Carmela, Jorge, Francisco, Rafael y Aurora.

Bibliografía: BRITO, Marcos: Nombretes en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones



Pescadores en Los Cristianos

  Pescadores en Los Cristianos. Finales década de 1920
 
Desde mucho antes de la segregación de Arona, del Municipio de Vilaflor, acaecida en 1798, se tiene constancia, a través de los diversos padrones de habitantes, de la existencia en los pagos de La Hondura, Túnez, Beña, Arona o en el Valle de San Lorenzo, de la profesión pescador o barquero, como así consta en  el Censo de Población de Vilaflor de 1779. Pescadores que se acercaban por temporadas a la costa y que con el paso del tiempo y su especialización en las artes de la pesca propició un asentamiento por temporadas hasta hacerlo definitivo. En el Padrón Parroquial para el año de 1880, se encuentran cuatro familias residiendo en este pago: José Beltrán y Mª Antonia García y cinco de sus hijos. Juan Melo Martín, su mujer Victorina, con 7 hijos. Francisco Melo y María González, sin especificar descendencia. Francisco Melo Martín y Eladia Alayón, con 5 hijos.
Las condiciones de vida de este pequeño pueblo de pescadores eran difíciles, austeras por necesidad. La década de los años veinte comienza con apenas 283 habitantes, y con una escasa o nula infraestructura de comunicación, solventada con los barcos de cabotaje, entre otros, por el Isora, Adeje, San Miguel, Delfín, Santa Ursula o Sancho II.
El recuerdo de la persona conocida, del amigo cercano, del familiar, es el que con mayor intensidad se trasmite. La imagen que se nos muestra aporta resquicios de una tierra bella y dura, de sus personajes cotidianos que se nos presentan tal como eran, sin aderezos. Su mirada nos apunta unas breves, pero intensas, pinceladas de su manera de habitar en la vida, de sus costumbres.
Muchos de los que recoge esta fotografía son pescadores. Según relató uno de sus protagonistas, Benito Sierra Melo, fue tomada durante la celebración de las fiestas en honor de Nuestra Señora del Carmen, a finales de la década de 1920. Con su mirada al frente, entre atenta y curiosa, dirigida al objetivo de la cámara que el tiempo trasladó hasta el anonimato. Si se enumeran de izquierda a derecha, y con los datos obtenidos del padrón municipal de Arona, a 31 de diciembre de 1925, fecha próxima a la toma de esta fotografía, podemos contemplar, de pie, a: Manuel Brito, El Sordo (1858), pescador. Eladio Alayón Gómez (1881), jornalero. Leoncio Díaz Domínguez (1880), jornalero. Para estos dos últimos, en los padrones de 1920 y de 1935 se recoge como profesión la de pescador. Manuel Ledesma García, Cho Serafín, pescador, 48 años. Sebastián Melo Tavío, jornalero, 16 años. Diego Álvarez, un hijo de un tendero procedente de La Escalona. José María Melo González (1901), jornalero. Manuel Domínguez González, Tarrante (1890), jornalero. Lorenzo Alayón Melo (1916). Con los dos siguientes se han encontrado ciertas discrepancias, tal vez sean Nicolás Sierra Melo y Antonio Melo Alayón, Tonero.
En la fila inferior, y de izquierda a derecha: Benito Sierra Melo (1909), jornalero. Mariano Melo Tavío (1910); en 1935, jornalero. Juan Melo Martín, Juan de hermana (1906), pescador. Alfredo Sierra Melo, 12 años. José Melo Cabeza, El Rubio (1881), pescador. Francisco Sierra Melo (1908), jornalero. Leopoldo Díaz Tavío (1908), pescador y carpintero de ribera. Antonio Sierra Melo (1907), jornalero. José Díaz Melo (1904), jornalero, pescador en el censo de 1931.
Algunos de los que aparecen como jornaleros, Sebastián y Mariano Melo y Benito Sierra  trabajaron, en las décadas de 1920 y 1930, como marineros en los barcos de cabotaje.
Y un encuadre preciso, solamente ellos. No se recogen viviendas, ni la mar, ni la playa, nada que distraiga la admiración del que observa. Tan sólo la silueta de la Montaña de Guaza, siempre latente para aquella persona que la haya amado, para quien haya contemplado su silueta largo tiempo.

Bibliografía: BRITO, Marcos: Los Cristianos 1900-1970. Vida cotidiana y fiestas populares.  Y Mareas de septiembre. pescadores en Los Cristianos. Llanoazur ediciones



José Martín Melo, JOSÉ EL CHICO, carpintero de ribera






 
  José Martín y Eulalia Melo


José Martín Melo, José el Chico, carpintero de ribera, vecino de Los Cristianos, en cuyo lugar nació en 1904 y falleció en 1978, es hijo de Carolina Melo Cabeza y de José Martín Rodríguez, José Artista, y cuyo nombrete proviene para diferenciarlo de su padre, ambos José. Las actividades a las que se dedicó José el Chico se relacionan con la pesca, trabajó en diversas fabricas conserveras de pescado, y la carpintería. Colaboró activamente en la construcción de la Ermita de Nuestra Señora del Carmen, bendecida el domingo 19 de Octubre de 1924; además se encargó de la obra de carpintería de la sacristía, efectuada en 1932. En 1930 se casa con Eulalia Melo Alayón, hija de José Melo Cabeza, El Rubio, y María Alayón Gómez, María Celestina, y fueron llegando los hijos: Teresa, José, Araceli, Carmen y Loli Martín Melo.
Colaboró, junto con otros miembros de su familia, en la construcción y en arreglo de diversos barcos que fueron utilizados para la pesca, para diversos lugares del Sur de Tenerife; o por su familia, como el Carolina, San José, el Manolo o la Angelita, y el motovelero Atlántico, primer barco de estas características, mayor de trece metros de eslora, que se construyó en Los Cristianos, y en cuya labor participa activamente. Su construcción se realiza en los años de 1947 y 1948, su año de inscripción. A la orilla de la mar, a los pies de la carpintería de la familia, con la proa mirando a la mar, creció el Atlántico, a golpes de hacha, a ritmo de cerrote, cepillo y clavos. Su buen hacer en la carpintería también queda reflejado en la construcción de la Ermita de Nuestra Señora del Carmen, que se bendijo el 19 de octubre de 1924. Asimismo realizó estas labores en la construcción de la sacristía, en 1932. En estas tareas también se le recuerda en Vilaflor, a cuyos montes se trasladaba, a pie, para buscar las maderas adecuadas, con ligeras curvaturas, para la proa, la popa o las cuadernas.
Construcción del Atlántico. José Martín Melo se encuentra al costado del barco, en el centro de la imagen

Permítaseme extraer una respuesta de su hija, mi madre, Teresa, en una entrevista que le realizó mi hija Claudia, y que versa sobre su tarea en la carpintería: Mi padre iba al monte a buscar la madera, llevaba una sierra cortaba los maderos y después iba un camión a buscarlo, y lo demás, las tablas y eso lo traían de Santa Cruz. Mi padre también hacía las cajas para los muertos, forradas con tela negra. Que antes se llevaba al hombro desde las casas a la Iglesia y después se llevaba al hombro hasta donde le decían Valero y de allí  en un camión hasta el cementerio de Arona. Mi padre hacía muchas cosas de madera, hacía barcos, muebles, hacía ventanas, puertas y todo lo que era de carpintería, mi padre era muy fino trabajando en eso.
En estos quehaceres se produjo un accidente, en el que se amputó diversos dedos con una sierra mecánica, y que según consta en el informe, emitido por el médico Manuel Cabrera y fechado en mayo de 1944, se expone que José Martín Melo, de oficio carpintero de rivera, el cual presentaba amputación completa de los dedos pulgar, índice y medio de la mano izquierda, por la articulación metacarpofalángica.
En Los Cristianos se le recuerda como componente del grupo de folklore que bailaba en la procesión de la Virgen del Carmen, desde 1924. José Martín Melo, José el Chico, fue uno de los miembros fundadores de la primera Danza de las Cintas que era la que encabezaba la procesión de las imágenes de la Virgen del Carmen y de San José. Como así consta en el primer programa de estos festejos, cuando el 19 de octubre de 1924 se efectúa la procesión terrestre marítima, a la que acompañará una danza regional, bailada por jóvenes de dicho puerto.  Esta danza de las cintas, se bailaba primeramente a ritmo de polka, y después al son de la isa. Bajo la batuta de José Melo Martín, Pepe Melo, entre los primeros componentes también se encontraban: José Díaz Melo, quien aguantaba el palo; los bailadores, Antonio Melo Melo, Aurelia y Rosario González, Aquilino Melo, Eloy Melo, Pilar Mora Cruz o María Pérez; y los tocadores, Eustaquio y Luis Domínguez León, Juan Melo, Nicomedes Martín Melo, Anselmo Melo, El Fula, Juan Alayón o Manuel Fraga.
  Bailando con Pilar Mora, componente de la Danza de las Cintas, en un acto de los festejos de Los Cristianos

En la década de los años treinta, en el período de la Segunda República Española, perteneció a la Federación Obrera de Arona y fue miembro de la Corporación Municipal en dos ocasiones. En primer lugar como miembro de la Comisión Gestora que toma posesión el 3 de febrero de 1933 y está hasta, la toma de posesión de los concejales electos en los comicios del 23 de abril, el 10 de mayo de ese mismo año. Y en el segundo periodo, entre el 22 de marzo y el 23 de abril de 1936, en el cual fue vocal en la Comisión de Gobernación y Sanidad. Ello le originó, con la llegada de la Guerra Civil Española y la dictadura, algún disgusto y algunos golpes.
Su vinculación laboral siempre ha estado anclada en la mar, en la pesca, en la construcción de barcos de cabotaje y en las conserveras de pescado, como la de Lloret Llinares s.l., instalada en Playa de San Juan, a cuyo lugar se traslada a comienzo de la década de 1950. Asimismo trabajó, en la década de 1960, en la conservera de Eloy García García, en Los Cristianos. Y continúo, aún en la vejez, colaborando en la construcción de barcos de pesca.
El que esto redacta fue el primer nieto de José el Chico. Un viejo Quijote que en la infancia me contaba episodios de la mar y de la vida, de los alrededores por los que transitó, del saber escuchar, del respeto, del que no todo vale. Me enseñó el valor de la palabra. Me inculcó la lectura a través de las novelas del oeste, momentos en los que pasé del Capitán Trueno o El Jabato a las leyendas de Marcial Lafuente Estefanía o de Francisco González Ledesma, con el seudónimo de Silver Kane.
A su regazo llegué una mañana de un 22 de enero, la misma fecha de su nacimiento, 53 años antes. Y aquí continúo, a su resguardo desde la cuna que construyó para sus hijos, y en la que después acomodé mis primeros sueños. Y aquí continúa, anudado a la memoria de su pasión, la de ese arte que inició vinculado a la pesca, carpintero de ribera.

Documentación: BRITO, Marcos: Los Cristianos 1900-1970. Vida cotidiana y fiestas populares. Llanoazur ediciones

domingo, 25 de agosto de 2013

Juan Melo Tavío y Manuel Melo Barrios. Pescadores de Los Cristianos. 1947

  Juan Melo Tavío y Manuel Melo Barrios
 
Pescadores de Los Cristianos junto al barco la Nena de José Melo Martín, padre de Juan Melo Tavío. Fotografía que asimismo muestra el armazón del barco Atlántico, lo que aproxima la fecha esta imagen, el que se daba por concluido a finales de 1947.
Juan y Manuel iban a pescar en la Nena, y en el momento de esta imagen se encontraban limpiándolo. Juan Melo Tavío, Los Cristianos 1929, apunta que la Nena la construyó su padre, un barco pequeño que apenas sobrepasaba los 5 metros y que navegaba a remo y a vela. Que yo recuerdo que tuviera mi padre, pero él tuvo uno antes. En el que yo fui primero a pescar fue en la Nena. Mi padre vendió la Nena con noventa y pico de años, la tenía tapada áhi debajo, con sacos.
Yo tendría seis, no creo que llegara a seis años, nos llevaba a los tres, mi padre nos llevaba a los tres, mi padre nos llevaba a los tres, días si, días no, íbamos los cuatro a bordo. Manuel es el que aguantaba los remos, mi padre pescaba, y yo y Nicolás nos poníamos de proa o Nicolás se ponía de popa con mi padre, estando pescando a viejas, a lo que estuviera, le ayudaba a sacar los pescados de la pandorga.
Manuel Melo Barrios era conocido por Ojo Claro, nombrete que explica Encarnación Alayón Melo: Ojo Claro era un hermano de Sebastiana, que se llamaba Manuel, yo no se que le salió en un ojo, se le quedó medio, una nube que le decían antes, y le decían Ojo Claro. En el Padrón Municipal de Arona, para el año de 1935, Manuel Melo Barrios consta inscrito en Los Cristianos, donde nació en 1926; e hijo de Manuel Melo Cabeza y de Ana Barrios.


Tragedia en Vilaflor. 25 de agosto de 1950

 

  Miguel Cabrera Tacoronte

En agosto de 1950 comenzaron de nuevo los lamentos en el Barranco Hondo, ubicado en las cercanías de Vilaflor. Allí está enclavada la galería La Milagrosa, conocida también por Las Goteras, por encontrarse en sus cercanías una fuente denominada de Las Gotas. Hacía pocos años del fallecimiento de Ramón Fuentes, a cuyo rescate acudió un antiguo compañero de penas y sufrimientos, un trabajador que ya había abandonado el impagable trabajo que se realiza en las entrañas de la tierra, Miguel Cabrera Tacoronte. En agosto de 1950 se cobró cuatro nuevas víctimas, primero a Emilio Quijada González y Francisco Fumero Fumero, y en el intento de rescatar el cuerpo de este último a Antonio Cano Oliva, encargado de la galería, y Miguel Cabrera Tacoronte, quien aquí volvió en pos de extraer a un antiguo compañero de las entrañas de esta galería de la que conocía todos sus vericuetos, en la que andaba con la misma familiaridad que en su propia casa.
En la mañana del viernes 25 de agosto de 1950, y como cada día, entró a trabajar en la galería La Milagrosa o Las Goteras, el primer turno compuesto por los obreros Antonio Cano Martín, Francisco Fumero Fumero y Emilio Quijada González. Era el día previo a los festejos de San Agustín y San Roque, el último día de trabajo antes de unas celebraciones que estaban previstas se desarrollaran entre el sábado 26 y el martes 29 de este mes de agosto. Se iba a contar con la participación del Obispo Domingo Pérez Cáceres, el cual tenía previsto oficiar la misa de las siete de la mañana del domingo 27, y a quien además se le iba a rendir un homenaje en esa misma tarde, con el descubrimiento de una lapida de mármol con la que se le daba su nombre a la plaza de la Parroquia de San Pedro Apóstol. Pero la tragedia llegó antes, el pueblo entero comenzó un prolongado duelo, se suspendieron todos los actos previstos para esta festividad, a excepción de los actos religiosos que se multiplicaron.
  Entrada a la galería Las Goteras de la Comunidad la Milagrosa

Llegaba la tarde del fatídico viernes 25 de agosto de 1950,  ya había pasado las cuatro de la tarde cuando comenzó a cundir el pánico por que aún no habían salido los tres obreros de la galería. La tragedia se respiraba en unas personas conocedoras del peligro que guardan estos túneles por los que se han extraído el agua para el progreso de la agricultura y el turismo. La tragedia llegó a través de unos obsoletos conductos de ventilación, los que son imprescindibles para renovar la atmósfera, limpiarla de gases tóxicos y permitir trabajar con ciertas garantías. Y allí se quedaron atrapados estos tres obreros, a unos dos kilómetros de profundidad. En el primer intento de rescate participaron, entre otros, Severiano Delgado, Luis Fumero y Evelio Martín Quijada. Este último logró sacar con vida a Antonio Cano Martín, intoxicado por los gases y con ligeras heridas, lo encontraron a unos 1.800 metros de la entrada. En otro intento, a las dos de la madrugada extrajeron el cadáver de Emilio Quijada González, de 19 años de edad; se encontraba a unos 80 metros, en dirección al interior de la galería, de Antonio Cano. No pudiéndose localizar en esas primeras incursiones al tercer componente de este primer turno de trabajo, a Francisco Fumero.
En la tarde del sábado día 26 se celebró el funeral por Emilio Quijada, oficiado por el Obispo Domingo Pérez Cáceres. Al mismo tiempo, y con grandes dificultades por la escasez de material adecuado para el rescate, continuaban los intentos por extraer el cadáver de Francisco Fumero Fumero. Lo intentó un grupo formado por Antonio Cano Oliva, de 65 años, que era el encargado de las obras en la galería, padre de Antonio Cano Martín y abuelo político de Francisco Fumero; Miguel Cabrera Tacoronte, de 49 años, antiguo trabajador en esta galería y que no era la primera vez que se presentaba para estas labores; Francisco Delgado Valentín, de 25; Francisco León García, de 26, y Jesús Reverón Tacoronte, de 20 años. Los dos primeros eran vecinos de Vilaflor y los restantes de Arona.
La desgracia volvió a hacer acto de presencia en esta galería que se adentra en el subsuelo y llega a la perpendicular de Las Cañadas. Este grupo entró en una vagoneta que volcó cuando se encontraban próximos al final del túnel, al se lanzados fuera de esta vagoneta se desconectaron de los tubos de oxigeno que los aprovisionaban, permaneciendo expuestos a los gases tóxicos. En este intento de rescate del cadáver de Francisco Fumero entraron cinco y sólo lograron salir tres, atrás quedaron dos nuevos muertos, Antonio Cano Oliva y Miguel Cabrera Tacoronte. Fue tal el pánico que se produjo con estas dos nuevas victimas que se suspendió el rescate de sus cuerpos.
Los trabajos para la extracción de estos tres fallecidos se realizaron con las máximas precauciones, el 30 de agosto se informaba que se había penetrado unos mil metros en el interior de la galería, comprobándose el normal funcionamiento de todos los equipos de seguridad. Al día siguiente se llegó a los dos mil metros, en cuyo lugar tuvieron que ensanchar un corto tramo por el que no podían pasar las vagonetas. La incertidumbre, el ser las tres victimas que aún quedaban en el interior muy conocidas en la comarca, hizo que los aledaños de la boca de la galería se poblaran de familiares, amigos y curiosos, en espera de alguna información. Pero no fue hasta el domingo 3 de septiembre cuando se pudieron extraer los cuerpos de Antonio Cano Oliva y Miguel Cabrera Tacoronte. Desde la galería se trasladaron a la Parroquia de San Pedro Apóstol, donde el Prelado de la Diócesis Nivariensis ofició un responso para después sepultar a Miguel Cabrera en el cementerio de Vilaflor y trasladar a Antonio Cano al de Santa Cruz de Tenerife.
Pero al final de la galería todavía quedaba otro cuerpo, el del obrero Francisco Fumero Fumero, por el que su familia aún hubo de esperar cinco meses para poder celebrar su enterramiento. Su cuerpo se recuperó el viernes 26 de enero de 1951, apuntándose en las informaciones del momento que sólo presentaba ligeros síntomas de descomposición a pesar del tiempo transcurrido en la galería.
Y en la profundidad del Barranco Hondo, al pie de la vieja fuente de Las Gotas, se abre en la piedra viva la boca de la galería de La Milagrosa, popularmente conocida por Las Goteras. Hasta allí llegamos de la mano de la hija de Miguel Cabrera Tacoronte, a quien su padre dejó con apenas nueve años. Al pie de la galería, de esa boca desde la que apenas percibamos unos metros de los más de tres kilómetros abiertos con sudor y sangre, la de estos vecinos de Vilaflor, se alberga la emoción de Maruca Cabrera Bethencourt, quien no había estado aquí desde que le traía la comida a su padre, a pie se hace largo la senda desde La Martela. Aún siendo agosto el frío se palpa en la hondura del Barranco Hondo, frío y silencio apenas roto por las lagrimas que se desploman sobre el culantrillo aferrado a esta fuente de Las Gotas.



sábado, 24 de agosto de 2013

María Luisa Rodríguez García, toda una vida en sus manos



María Luisa Rodríguez. 1997
 
María Luisa Rodríguez nació en 1913, en la Hoya de Arriba, en la actualidad más conocido por el barrio de San Nicolás, en Arona. María Luisa ha sido conocida por una larga ristra de apodos, por `María Luisa la de Frasquita`, sobrenombre que adquirió por el de su madre, Francisca Rodríguez `Frasquita`; `María Luisa la de Diego` o `María Luisa Melo`, después de su boda con Diego Melo; `María Luisa la del Cabo`, por ser el lugar donde habita, en Cabo de Abajo, en el Valle de San Lorenzo; `María Luisa la dulcera`, por sus muchos años dedicados a este menester, a la elaboración de bodas.
María Luisa ha sido como un paisaje abierto por donde poder pasear, recorrer palmo a palmo, la vida cotidiana del Municipio de Arona. Su nacimiento en Arona, su estancia en Los Cristianos y en el Valle de San Lorenzo, donde falleció el 16 de febrero de 2012; además de sus múltiples quehaceres, le aportaron un rico y dilatado bagaje. Entre sus cálidas manos y su tierna y refrescante mirada atesoró la extensa sabiduría que dan los años vividos intensamente.
Su lucha diaria le llevó a dedicarse a infinitas tareas, además de la propias del hogar y del cuidado de sus hijos. Desde casi su niñez estaba de sirvienta en una “casa pudiente” de Arona, lo que le sirvió de experiencia para después dedicarse a la preparación de comidas de todo tipo y manera. Desde alguna casa particular a ventorrillos, acondicionados en los festejos de Arona. Unos palos áhi cruzados y forrados con sabanas y iluminados con carburos, en los que la carne asada, con brasero de carbón, o guisada, perfumaba las viejas piedras de la plaza aronera, abría el apetito, al que se saciaba con el acompañamiento del buen vino de La Escalona. Asimismo regentó una cantina en Los Cristianos, y se dedicó entre los años cincuenta y setenta a preparar bodas, algunas de las cuales sobrepasaron los trescientos invitados.
Las carencias en su familia le hizo aprender pronto el duro oficio de la vida. La necesidad te obliga, aprendía un poco con mi tía, un poco con mi madre, los dulces, arriba con la madre de María, en todos los sitios practicaba un fisquito. Esos buenos consejos, en la elaboración de los dulces, eran de Adorcinda Melo, que vivía en El Hoyo, en Vilaflor. Con las bodas se inició cuando se estableció en el Valle de San Lorenzo, mientras su marido se movía entre los trabajos en la carretera general del Sur, “la carretera vieja”, y las tareas de labrante. Durante bastantes años, María Luisa se dedicó a preparar los manjares en las celebraciones de las bodas, donde relaciones y amistad se mezclaban con la gastronomía.
  Diego Melo y María Luisa Rodríguez
Con este quehacer recorrió buena parte de la geografía del Sur de Tenerife. En ello puso ese buen hacer que aprendió con pocos años, para ella no tenía ningún secreto ni los hornos de leña, ni los fogones de leña o de gas. De sus manos brotaban almendrados, matrimonios, dedos de santo, tortas; dulces en general, que unas veces servían como principal comida y otras como remate a una sabrosa sopa de gallina, carne de cabra, garbanzos, pescado salado, o cualquier otra que le encargasen.
Con dulces, vino y chocolate, mesas en el centro de una sala espaciosa y sillas a lo largo de sus paredes, se celebraron muchos de estos banquetes, los más sencillos. Era usual la matanza de alguna cabra o cochino, casi siempre criado en la misma casa para la ocasión; algún ejemplo nos ha comentado donde se sacrificaron hasta seis cabras. Menos frecuente era el uso de pescado salado. También las compuso exclusivamente con aves, que una vez hicimos una boda en El Roque, de treinta y ocho aves, entre gallinas y patos, porque no querían carne de otra. 
Yo llevaba de todo, las milanas, los baños, la batidora, las máquinas, todo, y después ellos ponían los ingredientes y pagaban el horno, que les cobraban por tres días, veinte duros. Y yo les decía, tantos huevos, tanto aceite, tanta leche y de harina cogíamos un saco, la abríamos y después se descontaba la que quedaba, porque quién iba a pesar kilo a kilo, porque si hacía un baño de tortas y otro baño de rosquetes. Las bodas se celebraban en las casas familiares o en algún salón disponible, produciéndose el caso de alguna que se ordenaron las mesas y las sillas en una huerta. Muchas veces cobraba su trabajo con otros productos, como cuando le preparó la boda a la hija de un cabrero, por la cual obtuvo unos quesos y unas latas de dulces; también preparó otra en La Escalona, a cambio de papas.
María Luisa tuvo otras tantas ocupaciones, entre las que se podría resaltar la de marchanta, la de vendedora de pescado. Mujeres que recorrían largos trayectos, desde la costa hasta las medianías, para vender o intercambiar el pescado. Duros y penosos traslados, hasta el Valle de San Lorenzo, hasta Arona, hasta La Escalona o hasta Vilaflor si antes no se había vendido. A veces llevábamos hasta cuarenta, cincuenta kilos, según, así tengo hoy el pescuezo, la columna, uno descansaba en una pared bajita y se fuchía como los camellos, eso hacía una fuerza, se esconchaba una todo. Tenía una que pensar en tal sitio hay una pared que sirve, pues escapábamos corriendo a buscar el descansadero.
Seretas de mimbre, balanzas de madera, de latas de galletas; con pesas de callaos. El producto se recogía en la misma playa o en la casa del pescador, se pesaba y se enhebraba, y después de su venta, a la vuelta, se arreglaban cuentas. Como nos apunta María Luisa: lo pesábamos y después lo enhebrábamos, para cogerlo más fácil, porque es mejor coger una sarta que no llevar unas pesas, pa estar pesando lo llevamos enhebrado por kilos, por medios kilos. Por áhi arriba se vendía de todo, menos sardinas y arenques, la gente le tenía miedo a las sardinas y a los arenques y ya hoy tú ves lo mandan los médicos, pues las caballas no se vendían mucho, pero se vendían, la vieja, la salema, todo lo que se recogía.
El pescado fresco para vender de un día para otro, y llevarlo a las medianías, se transportaba con un poco de sal y tapado con musgos, de modo que llegase a su destino en mejores condiciones. El resto del pescado que no se consumía en el día había que realizarse alguna práctica, como el jareado, para conservarlo. Se jareaba casi todo tipo de pescado, sobre todo de caballas y sardinas, pero también de viejas, las más apreciadas, o de morenas. Asimismo salaba y jareaba pescado cobrando con una parte de lo jareado que después vendía. Y como le sucedió con las bodas, también en el trasiego del pescado, muchas veces no lo vendía, lo intercambiaba por papas, por carne de cochino.
María Luisa se bajó al mundo a comienzos de siglo XX. Aprendió, desde su cuna, entre las anchas paredes de barro y piedra de la casa materna, los buenos aromas, los sabores de la cocina tradicional. Con su madre, con su familia, comenzó a apreciar los productos de la tierra, a mezclarlos con la sabiduría adquirida en la escasez. Por la huella de sus manos han pasado los mejores manjares, por esas amplias manos que cuando te abraza, te recoge en su regazo, te traslada su amor, ese calor amasado, atrapado, en ese horno de la vida.